OP
Bueno, resulta que estoy en marcha de escribir un libro, y quiero saber su opinión de acuerdo a lo poco que llevo
Talem
“La Sombra de la luna”
Prólogo
“La Historia del Olvido”
“Cuando las arenas del tiempo aún no comenzaban su interminable descenso, las devastaciones en Hordrum ya se hallaban escritas en las estrellas…
La ciudad entera sucumbía ante constantes desastres naturales de todo tipo. Movimientos sísmicos que no perdonaban hogar alguno, gigantescas oleadas que se llevaban consigo a los mares a los pescadores y constantes diluvios que destruían los campos y producían eternas inundaciones, que hacían totalmente inhóspita esta ciudad del caos.
Al principio todo fue difícil, los pobladores no podían obtener su alimento diario. La caza era imposible ya que todos los animales habían huido a la sierra de Melfent, buscando refugio ante los desastres, y las escasas bestias que se acercaban a los vados Ghiz, encontraban la muerte con el desbordar de los ríos que confluían a escasos metros de la ciudad. Los campos de cultivo se inundaban constantemente y por lo tanto nunca daba frutos.
Los habitantes empezaron a perder la esperanza ante las calamidades y empezaron a abandonar la tierra que creyeron suya y que nunca les traicionaría. Solo unos pocos se negaron a desistir, y se quedaron soportando toda la fuerza de la naturaleza.
Al cabo de unos meses, la persistencia dio resultado, los constantes desastres se fueron disipando, y la calma llenó la ciudad de Hordrum. Todos lo que antes se les hubo arrebatado, volvió en masivas cantidades.
Los ríos embravecidos se calmaron y trajeron abundantes bancos de peces, el bosque del norte se propagó de ciervos y otros animales a los cuales darles caza.
Los antiguos okjets, sabios habitantes del océano, volvieron a tomar contacto con los habitantes del pequeño pueblo. Muchos inmigrantes llegaron a la próspera ciudad que estaba en su apogeo y todos los que huyeron buscando mejores condiciones para habitar volvieron.
El pequeño pueblo desapareció para dar pasó a una gran ciudad de altos edificios y alargadas calles, que nunca se encontraban sin tránsito.
Para mantener el orden de el gran imperio fue proclamado un rey, que por unánime decisión fue escogido el primero en mantenerse en pie de no abandonar las tierras en los tiempos oscuros, el anciano Milgrate. Bajó sus sabias decisiones, el reino del sonriente pueblo de Hordrum extendió sus territorios hasta los propios cimientos de las gigantescas montañas de la cordillera de Melfent y consolidó una alianza con los okjets que duraría cientos de épocas, si los extraños pobladores de las montañas se hubieran mantenido escondidos…
En una fría noche de invierno en las calles principales, un importante diplomático del reino, transitaba junto a un miembro de la aristócrata okjetnaico. Ambos hablaban de diferentes aspectos del comercio entre ambos pueblos.
- Podríamos aumentar el ingreso de madera del bosque del norte, y así aumentar considerablemente los ingresos para la alianza – opinó el okjet. Era alto y esbelto, y su cabeza era muy alargada y poseía unas diminutas perlas negras que hacían de ojos. Su cabello, largo y húmedo a la vista, era de un color rosa parecido al coral, y su piel poseía un tono verdoso, similar al de las algas y despedía un gran olor a sal marina. Al verlo, daba la impresión de estar viendo a una pequeña barrera de coral andante.
Su aspecto podría resultar entretenido, pero su agudo pensamiento era todo lo contrario. Eran pacíficos, pero si han de luchar sabrían como defenderse.
- Mmm… - reflexionó el aristócrata – No me parece muy buena idea. Podría ser que la economía se dispararía por los cielos, pero el bosque no dispone de reservas ilimitadas y si lo perdiéramos, se iría con él variadas fuentes de ingresos, como la carne animal, la madera, además del Disss…
- ¡Sht! – le interrumpió el okjet con un desdén de terror e ira en su voz – Recuerda que tenemos prohibido hablar de aquello. Ambos estaban tan sumidos en su conversación, que no repararon en que alguien o algo los vigilaba entre las sombras, bajo la luna llena de invierno…
La guerra estalló tiempo después. El hijo del rey, Goolfgang el traidor, fue hallado con las manos y su espada teñidas de sangre, junto al inerte cuerpo sin vida del rey Unfert, señor de los okjets. Goolfgang fue desterrado por el bien de la alianza y del reino, pero esto no calmo la implacable ira de los ya no tan pacíficos habitantes del mar.
Por unos meses parecieron haber desaparecido, aunque nadie se encontraba tranquilo. En las calles, todos avanzaban muy deprisa en dirección a sus deberes sin detenerse a nada. Los niños no jugaban en las plazas. La hermosa y próspera ciudad que en un momento fue, se transformó en una fortaleza fantasma.
Los días pasaban y el cielo se tornaba extrañamente gris, como si quisiera oscurecer aún más Hordrum, el mar comenzó a alejarse, pretendiendo buscar un mejor paisaje al que bañar sus costas, y los animales volvieron a refugiarse en las sierras. Lo que todos temían estaba ocurriendo… el retorno de los tiempos oscuros…
- La alianza se ha roto – dijo el viejo rey Milgret sentado sobre una silla mirando con ojos que parecieron nunca haber reflejado alegría alguna, la antigua Calle de las Sonrisas, llamada así por ser en un tiempo extrañamente poco lejano, por cientos de personas y niños felices y ahora solo el viento se atrevía a transitar ese desolado paso.
- ¿Por qué dice eso mi Señor? No hemos recibido ningún ataque por los okjets – le recordó Leftas, el asesor personal del rey. Este trabajo no era muy difícil, solo tenía que estar junto al rey a donde fuera.
- Es simple, mira el mar que baña nuestras costas – dijo desconsolado rey. Su aspecto había empeorado en los años. Era muy viejo, de tez muy pálida. Sus pupilas se tornaron grises, casi blancas y su pelo estaba enmarañado y canoso. Cualquiera que lo viera pensaría que estaba en sus últimos días, y no se equivocaban.
- ¡¡¡NO!!! – gritó aterrorizado Leftas – Ellos dijeron que se habían deshecho de eso. El mar se encontraba a varios metros de la ciudad, siendo que antes solo estaba a un par de metros.
- Solo nos queda una cosa por hacer – ordenó el anciano soberano – ¡¡A las armas!!
Los días siguientes la gente estaba aun más atemorizada, los soldados patrullaban todas las calles y callejones. Las puertas a la ciudadela se cerraron, y las banderas de guerra se levantaron sobre todas las torres del castillo. Los vigilias de puertas y torreones estaban atentos en todo momento y disparaban a muerte certera a cualquier ser viviente que se acercara a los límites de la ciudad.
El momento de la confrontación había llegado, al cumplir exactamente un mes del comienzo del desmoronamiento del imperio. La misma luna llena bañaba con su espectral luz la silueta del imponente castillo. La noche era clara, pero eso no hacía más que impacientar a los soldados.
Los vigilias sin pestañear, vigilaban constantemente el mar, que se encontraba calmo y silencioso, pero lo más extraño era la baja marea. La luna siempre hacía subir la marea tan cerca, que el oleaje acariciaba las paredes de la ciudadela, las que adquirieron grandes cantidades de musgo.
Durante un segundo el escaso oleaje se detuvo. Fue un extraño momento, como si el tiempo se detuviera para poder recordar lo calmo que había sido el mar en ese momento. Súbitamente las olas rugieron con una fiereza nunca antes experimentada, golpeando sin compasión las firmes murallas, que a duras penas soportaban la fuerza del salvaje oleaje.
Los arqueros estaban anonadados por el inusual ataque, no habían nadie a la vista que estuviera controlando el agua, pero era segura que esta no se movía por voluntad propia. El asedio por parte del agua duró una escasa hora. El embravecido golpe del océano destruyó las paredes de la urbe, y penetrando de lleno en la ciudad.
Los escombros de la muralla derribaron los pocos hogares que se encontraban próximos. El agua entraba a raudales entre las paredes llenando toda la metrópolis, e inundando todas las casas. Los cuerpos inertes de los vigilias de la muralla que se encontraba a escasos minutos antes en pie, flotaban entre los cascotes, siendo los únicos testigos de cómo habría sido el ataque marino. Ahora la verdad yacía muerta, al igual que la vida de los arqueros. Lo único a lo que no alcanzaron a tocar las aguas fue el castillo, ya que se encontraba en una pequeña en una colina, que sobrepasaba los tejados de todas las viviendas.
Súbitamente, como sí ya hubiera cumplido su labor, el océano se calmó, pero sin dejar el oleaje para que en la localidad, no escapara el agua.
- ¡Miren el agua dentro de la ciudad! Hay algo ahí den…– vociferó uno de los vigilias de las torres, siendo sus últimas palabras antes de que una flecha certera le atravesara la garganta, cegando su existencia. Todos sobresaltados por la repentinamente muerte de su compañero fijaron su mirada en el lugar señalado. Alguien o algo se movía bajo el agua a gran velocidad, pero no estaba solo. Había cientos más, pero todos dispersados en diferentes direcciones.
La primera flecha habría sido la orden de ataque, ya que como una lluvia de estrellas cientos de flechas atacaron a los soldados y arqueros de las torres y murallones. El repentino ataque tomo a muchos por sorpresa, que pagaron su baja guardia con la vida, mientras que otros y tenían sus arcos en tensión y sus escudos en alto, listos para el contraataque. De la misma forma fueron respondidas las flechas, pero no con la misma letalidad, solo le dieron a un enemigo, mientras que otros cientos seguían entrando por la abertura en la muralla.
El cuerpo del desdichado salió a flote y la incertidumbre invadió a los soldados. Un okjet, vestido con armadura un coral gris tan pálido que era extremadamente similar al blanco, flotaba sobre una extraña criatura, con una flecha clavada entre el yelmo y el cuello de su cota. La bestia que el okjet montaba hace unos instantes, empezó a gemir de tristeza e ira al ver a su jinete muerto sobre su lomo. El extraño animalejo desorientaba a los presentes. Poseía el tamaño de un delfín, pero su mandíbula, el tiburón más fuerte habría de envidiarla. Su cola gozaba de unas filosas espinas, que atravesarían a tres hombres a la vez. Sus ojos, grandes y luminosos, tenían un color azul idéntico al del océano en altamar y en el centro de su frente un extraño símbolo, formado por un pequeño pez encerrado en un círculo, el cual brillaba débilmente. Esta pequeña maravilla provocaba tanto miedo como asombro a los guerreros de Hordrum, que ninguno bajó la guardia por ningún motivo. El pequeño animal, luego de sollozar lo suficiente por la pérdida de su amo, emprendió retirada al océano para no volver.
Luego de saber cuales eran sus enemigos y de que estaban armados, los arqueros tensaron bien sus arcos y procuraron en poner su concentración al límite para no fallar sus tiros. Los okjets empezaban a tener considerables bajas y la euforia entre los soldados crecía por la victoria próxima que pensaban que les aguardaba. Pero era tal su felicidad que no sospechaban lo fácil que era asestar los tiros…
PS: El prólogo no está completo, y perdonen las faltas ortográficas, si encuentran porfavor ponerlas en su opinión para corregirlas
Gracias de antemano
Talem
“La Sombra de la luna”
Prólogo
“La Historia del Olvido”
“Cuando las arenas del tiempo aún no comenzaban su interminable descenso, las devastaciones en Hordrum ya se hallaban escritas en las estrellas…
La ciudad entera sucumbía ante constantes desastres naturales de todo tipo. Movimientos sísmicos que no perdonaban hogar alguno, gigantescas oleadas que se llevaban consigo a los mares a los pescadores y constantes diluvios que destruían los campos y producían eternas inundaciones, que hacían totalmente inhóspita esta ciudad del caos.
Al principio todo fue difícil, los pobladores no podían obtener su alimento diario. La caza era imposible ya que todos los animales habían huido a la sierra de Melfent, buscando refugio ante los desastres, y las escasas bestias que se acercaban a los vados Ghiz, encontraban la muerte con el desbordar de los ríos que confluían a escasos metros de la ciudad. Los campos de cultivo se inundaban constantemente y por lo tanto nunca daba frutos.
Los habitantes empezaron a perder la esperanza ante las calamidades y empezaron a abandonar la tierra que creyeron suya y que nunca les traicionaría. Solo unos pocos se negaron a desistir, y se quedaron soportando toda la fuerza de la naturaleza.
Al cabo de unos meses, la persistencia dio resultado, los constantes desastres se fueron disipando, y la calma llenó la ciudad de Hordrum. Todos lo que antes se les hubo arrebatado, volvió en masivas cantidades.
Los ríos embravecidos se calmaron y trajeron abundantes bancos de peces, el bosque del norte se propagó de ciervos y otros animales a los cuales darles caza.
Los antiguos okjets, sabios habitantes del océano, volvieron a tomar contacto con los habitantes del pequeño pueblo. Muchos inmigrantes llegaron a la próspera ciudad que estaba en su apogeo y todos los que huyeron buscando mejores condiciones para habitar volvieron.
El pequeño pueblo desapareció para dar pasó a una gran ciudad de altos edificios y alargadas calles, que nunca se encontraban sin tránsito.
Para mantener el orden de el gran imperio fue proclamado un rey, que por unánime decisión fue escogido el primero en mantenerse en pie de no abandonar las tierras en los tiempos oscuros, el anciano Milgrate. Bajó sus sabias decisiones, el reino del sonriente pueblo de Hordrum extendió sus territorios hasta los propios cimientos de las gigantescas montañas de la cordillera de Melfent y consolidó una alianza con los okjets que duraría cientos de épocas, si los extraños pobladores de las montañas se hubieran mantenido escondidos…
En una fría noche de invierno en las calles principales, un importante diplomático del reino, transitaba junto a un miembro de la aristócrata okjetnaico. Ambos hablaban de diferentes aspectos del comercio entre ambos pueblos.
- Podríamos aumentar el ingreso de madera del bosque del norte, y así aumentar considerablemente los ingresos para la alianza – opinó el okjet. Era alto y esbelto, y su cabeza era muy alargada y poseía unas diminutas perlas negras que hacían de ojos. Su cabello, largo y húmedo a la vista, era de un color rosa parecido al coral, y su piel poseía un tono verdoso, similar al de las algas y despedía un gran olor a sal marina. Al verlo, daba la impresión de estar viendo a una pequeña barrera de coral andante.
Su aspecto podría resultar entretenido, pero su agudo pensamiento era todo lo contrario. Eran pacíficos, pero si han de luchar sabrían como defenderse.
- Mmm… - reflexionó el aristócrata – No me parece muy buena idea. Podría ser que la economía se dispararía por los cielos, pero el bosque no dispone de reservas ilimitadas y si lo perdiéramos, se iría con él variadas fuentes de ingresos, como la carne animal, la madera, además del Disss…
- ¡Sht! – le interrumpió el okjet con un desdén de terror e ira en su voz – Recuerda que tenemos prohibido hablar de aquello. Ambos estaban tan sumidos en su conversación, que no repararon en que alguien o algo los vigilaba entre las sombras, bajo la luna llena de invierno…
La guerra estalló tiempo después. El hijo del rey, Goolfgang el traidor, fue hallado con las manos y su espada teñidas de sangre, junto al inerte cuerpo sin vida del rey Unfert, señor de los okjets. Goolfgang fue desterrado por el bien de la alianza y del reino, pero esto no calmo la implacable ira de los ya no tan pacíficos habitantes del mar.
Por unos meses parecieron haber desaparecido, aunque nadie se encontraba tranquilo. En las calles, todos avanzaban muy deprisa en dirección a sus deberes sin detenerse a nada. Los niños no jugaban en las plazas. La hermosa y próspera ciudad que en un momento fue, se transformó en una fortaleza fantasma.
Los días pasaban y el cielo se tornaba extrañamente gris, como si quisiera oscurecer aún más Hordrum, el mar comenzó a alejarse, pretendiendo buscar un mejor paisaje al que bañar sus costas, y los animales volvieron a refugiarse en las sierras. Lo que todos temían estaba ocurriendo… el retorno de los tiempos oscuros…
- La alianza se ha roto – dijo el viejo rey Milgret sentado sobre una silla mirando con ojos que parecieron nunca haber reflejado alegría alguna, la antigua Calle de las Sonrisas, llamada así por ser en un tiempo extrañamente poco lejano, por cientos de personas y niños felices y ahora solo el viento se atrevía a transitar ese desolado paso.
- ¿Por qué dice eso mi Señor? No hemos recibido ningún ataque por los okjets – le recordó Leftas, el asesor personal del rey. Este trabajo no era muy difícil, solo tenía que estar junto al rey a donde fuera.
- Es simple, mira el mar que baña nuestras costas – dijo desconsolado rey. Su aspecto había empeorado en los años. Era muy viejo, de tez muy pálida. Sus pupilas se tornaron grises, casi blancas y su pelo estaba enmarañado y canoso. Cualquiera que lo viera pensaría que estaba en sus últimos días, y no se equivocaban.
- ¡¡¡NO!!! – gritó aterrorizado Leftas – Ellos dijeron que se habían deshecho de eso. El mar se encontraba a varios metros de la ciudad, siendo que antes solo estaba a un par de metros.
- Solo nos queda una cosa por hacer – ordenó el anciano soberano – ¡¡A las armas!!
Los días siguientes la gente estaba aun más atemorizada, los soldados patrullaban todas las calles y callejones. Las puertas a la ciudadela se cerraron, y las banderas de guerra se levantaron sobre todas las torres del castillo. Los vigilias de puertas y torreones estaban atentos en todo momento y disparaban a muerte certera a cualquier ser viviente que se acercara a los límites de la ciudad.
El momento de la confrontación había llegado, al cumplir exactamente un mes del comienzo del desmoronamiento del imperio. La misma luna llena bañaba con su espectral luz la silueta del imponente castillo. La noche era clara, pero eso no hacía más que impacientar a los soldados.
Los vigilias sin pestañear, vigilaban constantemente el mar, que se encontraba calmo y silencioso, pero lo más extraño era la baja marea. La luna siempre hacía subir la marea tan cerca, que el oleaje acariciaba las paredes de la ciudadela, las que adquirieron grandes cantidades de musgo.
Durante un segundo el escaso oleaje se detuvo. Fue un extraño momento, como si el tiempo se detuviera para poder recordar lo calmo que había sido el mar en ese momento. Súbitamente las olas rugieron con una fiereza nunca antes experimentada, golpeando sin compasión las firmes murallas, que a duras penas soportaban la fuerza del salvaje oleaje.
Los arqueros estaban anonadados por el inusual ataque, no habían nadie a la vista que estuviera controlando el agua, pero era segura que esta no se movía por voluntad propia. El asedio por parte del agua duró una escasa hora. El embravecido golpe del océano destruyó las paredes de la urbe, y penetrando de lleno en la ciudad.
Los escombros de la muralla derribaron los pocos hogares que se encontraban próximos. El agua entraba a raudales entre las paredes llenando toda la metrópolis, e inundando todas las casas. Los cuerpos inertes de los vigilias de la muralla que se encontraba a escasos minutos antes en pie, flotaban entre los cascotes, siendo los únicos testigos de cómo habría sido el ataque marino. Ahora la verdad yacía muerta, al igual que la vida de los arqueros. Lo único a lo que no alcanzaron a tocar las aguas fue el castillo, ya que se encontraba en una pequeña en una colina, que sobrepasaba los tejados de todas las viviendas.
Súbitamente, como sí ya hubiera cumplido su labor, el océano se calmó, pero sin dejar el oleaje para que en la localidad, no escapara el agua.
- ¡Miren el agua dentro de la ciudad! Hay algo ahí den…– vociferó uno de los vigilias de las torres, siendo sus últimas palabras antes de que una flecha certera le atravesara la garganta, cegando su existencia. Todos sobresaltados por la repentinamente muerte de su compañero fijaron su mirada en el lugar señalado. Alguien o algo se movía bajo el agua a gran velocidad, pero no estaba solo. Había cientos más, pero todos dispersados en diferentes direcciones.
La primera flecha habría sido la orden de ataque, ya que como una lluvia de estrellas cientos de flechas atacaron a los soldados y arqueros de las torres y murallones. El repentino ataque tomo a muchos por sorpresa, que pagaron su baja guardia con la vida, mientras que otros y tenían sus arcos en tensión y sus escudos en alto, listos para el contraataque. De la misma forma fueron respondidas las flechas, pero no con la misma letalidad, solo le dieron a un enemigo, mientras que otros cientos seguían entrando por la abertura en la muralla.
El cuerpo del desdichado salió a flote y la incertidumbre invadió a los soldados. Un okjet, vestido con armadura un coral gris tan pálido que era extremadamente similar al blanco, flotaba sobre una extraña criatura, con una flecha clavada entre el yelmo y el cuello de su cota. La bestia que el okjet montaba hace unos instantes, empezó a gemir de tristeza e ira al ver a su jinete muerto sobre su lomo. El extraño animalejo desorientaba a los presentes. Poseía el tamaño de un delfín, pero su mandíbula, el tiburón más fuerte habría de envidiarla. Su cola gozaba de unas filosas espinas, que atravesarían a tres hombres a la vez. Sus ojos, grandes y luminosos, tenían un color azul idéntico al del océano en altamar y en el centro de su frente un extraño símbolo, formado por un pequeño pez encerrado en un círculo, el cual brillaba débilmente. Esta pequeña maravilla provocaba tanto miedo como asombro a los guerreros de Hordrum, que ninguno bajó la guardia por ningún motivo. El pequeño animal, luego de sollozar lo suficiente por la pérdida de su amo, emprendió retirada al océano para no volver.
Luego de saber cuales eran sus enemigos y de que estaban armados, los arqueros tensaron bien sus arcos y procuraron en poner su concentración al límite para no fallar sus tiros. Los okjets empezaban a tener considerables bajas y la euforia entre los soldados crecía por la victoria próxima que pensaban que les aguardaba. Pero era tal su felicidad que no sospechaban lo fácil que era asestar los tiros…
PS: El prólogo no está completo, y perdonen las faltas ortográficas, si encuentran porfavor ponerlas en su opinión para corregirlas
Gracias de antemano
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