La lluvia ya no es agua, ni sangre, es gris. ¿Qué será ese rudo atardecer que nos cubre el rostro de nada? El ojo desdibujado mira al cielo que no repara en dudas, ¿para qué reparar en ellas si las dudas solas se acercan? Sigilosas, terroríficamente gustosas e imparciales. Azotan como como la nada misma, inexplicable y suspicaz hacia nosotros. El ojo llora pero tampoco son lágrimas, tampoco ese gris que cae del cielo, le fluye algo de su ser, algo del que no se decirte pero que está ahí. ¿Qué nada nos queda? Pregunta Ramírez mirándome, yo le respondo que mire al cielo y grite la pregunta, que se la responda sola y se dé cuenta de que el gris no es solo gris, son indirectas del aire apesumbrado que ya no quiere existir. Que nos quiere ver como él. Ante esa pregunta todo para, como el manto gris que sigue cayendo en este atardecer infinito de dudas insolubles y maltrechas. Es más fácil combatirlas mirando arriba, y llorando eso que no sabría decirte qué es.
Algo que salió recién y no se qué es, pero me resultó maravilloso sacar.
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