Más bajo que un perro
Y ahí, enfrente mía, un animal que mostraba más ánimo que yo. El paralítico perro que se arrastraba por toda la habitación me daba una sensación extraña... no era compasión ni pena, era algo que me hacía sentir inferior a él. Los ojos del animal estaba fijados a su plato lleno de comida, él se lastimaba las patas delanteras, que eran las que lo empujan por su discapacidad. No volteaba ni un momento al alrededor. Su hocico inhalaba y exhalaba oxígeno con mucha rapidez pero seguía con su acometido.
Yo estaba sentaba, observándolo admirado. Mi madre me llamó para cenar pero la ignoré, tenía hambre pero no quería dar un esfuerzo nimio a ir. Tampoco quería contacto con nadie, estaba en un poso de pensamientos negativos, hinundándome yo mismo en melancolía antigua.
Solté una lágrima de los recuerdos de mi infancia, juveniles y actuales y sin darme cuenta, oía como unos colmillos hacían trizas algo duro. Mi mascota, incapacitada, con llagas en las piernas y con respiración apresurada por fin consiguió comer.
Detuvo mi llanto, no para superarlo sino para ver a esa criatura. Supo de inmediato, que con un llanto no de congoja, sino esperanza, darme cuenta de él.
Recordé las terapias del animal, también prácticas para recuperar la movilidad completa de sus piernas traseras y sobre todo, su esfuerzo. Era perfecto, los animales son perfectos a pesar de todo.
Envidiaba al animal, sentía un odio pequeñísimo pero celoso de él. ¿Por qué a pesar de estar en esa condición, sin que nadie te echara una mano y con heridas, tiene más deseo de vivir que yo?
Entendí de inmediato, sequé las lágrimas y con un tono bromista y amistoso, le dije – Maldito animal, ¿Desde cuándo yo me valoro menos que un perro?
Juré por un momento que volteó a verme y sonrió, como si me respondiera – Imbécil tú, que cae a la adversidad. Mírame, inclusive con dos piernas soy mejor, segurísimo lo soy incluso sin extremidades y con medio torso.
- ¿Y sí los demás te odian y te lastiman? - pregunté yo.
- ¡Mándalos al carajo! Después de todo, serás tú el que viva tu vida, ¿Por qué te importaría la opinión ajena a la tuya?
- ¿Y si me siento desgraciado de mi mismo?
- Entonces estás tan obcecada que no te das cuenta que un perro paralítico es más feliz que tú. ¿No se supone los humanos son los seres que dominan este planeta y bla bla?...
Luego de eso siguió atragantándose su alimento y no volvió a dirigirme la palabra. Me sentía tan debajo de mi propia mascota, como si yo fuera su mascota. No por mis sentimientos, tampoco mi físico, sino por su deseo de vivir. Sí... un animal que vive entre quince años y que no tiene movilidad de las piernas... ¿Tan desgraciado estaré?
Tuve peores tratos que él, tampoco tuve amistades y muchos me traicionaron. Tengo más heridas emocionales que el perro pero tengo un físico más aceptable. Y todavía en todo eso, me siento inferior a un animal paralítico.
Es cierto lo que dicen... los animales son perfectos...
Yo estaba sentaba, observándolo admirado. Mi madre me llamó para cenar pero la ignoré, tenía hambre pero no quería dar un esfuerzo nimio a ir. Tampoco quería contacto con nadie, estaba en un poso de pensamientos negativos, hinundándome yo mismo en melancolía antigua.
Solté una lágrima de los recuerdos de mi infancia, juveniles y actuales y sin darme cuenta, oía como unos colmillos hacían trizas algo duro. Mi mascota, incapacitada, con llagas en las piernas y con respiración apresurada por fin consiguió comer.
Detuvo mi llanto, no para superarlo sino para ver a esa criatura. Supo de inmediato, que con un llanto no de congoja, sino esperanza, darme cuenta de él.
Recordé las terapias del animal, también prácticas para recuperar la movilidad completa de sus piernas traseras y sobre todo, su esfuerzo. Era perfecto, los animales son perfectos a pesar de todo.
Envidiaba al animal, sentía un odio pequeñísimo pero celoso de él. ¿Por qué a pesar de estar en esa condición, sin que nadie te echara una mano y con heridas, tiene más deseo de vivir que yo?
Entendí de inmediato, sequé las lágrimas y con un tono bromista y amistoso, le dije – Maldito animal, ¿Desde cuándo yo me valoro menos que un perro?
Juré por un momento que volteó a verme y sonrió, como si me respondiera – Imbécil tú, que cae a la adversidad. Mírame, inclusive con dos piernas soy mejor, segurísimo lo soy incluso sin extremidades y con medio torso.
- ¿Y sí los demás te odian y te lastiman? - pregunté yo.
- ¡Mándalos al carajo! Después de todo, serás tú el que viva tu vida, ¿Por qué te importaría la opinión ajena a la tuya?
- ¿Y si me siento desgraciado de mi mismo?
- Entonces estás tan obcecada que no te das cuenta que un perro paralítico es más feliz que tú. ¿No se supone los humanos son los seres que dominan este planeta y bla bla?...
Luego de eso siguió atragantándose su alimento y no volvió a dirigirme la palabra. Me sentía tan debajo de mi propia mascota, como si yo fuera su mascota. No por mis sentimientos, tampoco mi físico, sino por su deseo de vivir. Sí... un animal que vive entre quince años y que no tiene movilidad de las piernas... ¿Tan desgraciado estaré?
Tuve peores tratos que él, tampoco tuve amistades y muchos me traicionaron. Tengo más heridas emocionales que el perro pero tengo un físico más aceptable. Y todavía en todo eso, me siento inferior a un animal paralítico.
Es cierto lo que dicen... los animales son perfectos...
¡Gracias por leer!
-----------------
Respecto al relato, la historia es de cierto modo cierta. Hace unos días viajé y vi a un perro es esas condiciones, precisamente es algo que pensé.
Última edición por un moderador: