OP
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En una escuela como cualquier otra, sonó la campana, comenzó una clase más del horario de ese día.
Una niña como cualquier otra, cabello largo y olor a mandarina, entró al salón y tomó su lugar; detrás de ella un estudiante como cualquier otro se sentó, ya se habían visto muchas veces antes, él la miraba de lejos, ella le sonreía amablemente, nunca se hablaban pero se conocían; como a cualquier estudiante más de esa clase.
La clase transcurrió, como cualquier otra, el olor a mandarina embriagaba al chico de atrás, él le mando discretamente un mensaje en un papelito a la niña de adelante:
“oye, hueles deliciosamente a mandarina”.
Ella secretamente rió y asintió pues sabía que el shampoo y la loción de mandarina, que usó por la mañana, aún seguían presentes en ella.
Era verano y hacía calor; justo cinco minutos antes de sonar la campana del final de la clase, la niña tomó su suéter y lo colgó detrás de su silla, sus ojos vieron fugazmente en los ojos del chico sentado detrás.
Era verano y hacía calor, justo un minuto antes de sonar la campana del final de la clase, el chico se acercó al brazo de la niña, respiró profundamente y cerrando los ojos la mordió, o más bien la saboreó.
La niña en una mezcla de sorpresa, rechazo y enojo volteó para mirar al atrevido, mientras le decía con voz fuerte:
- ¡Eres un insolente!-, claro que nadie la escuchó pues en ese momento la campana sonó.
- No, yo solo quise morder una mandarina-, dijo cínicamente el chico.
- Pero, yo no soy una mandarina, y eso no fue una mordida, me has dejado tus babas en el brazo-, dijo la niña con indignación mientras se limpiaba el brazo.
- Bueno, yo así como las mandarinas-, contestó el chico mientras se retiraba del salón.
Una niña como cualquier otra, cabello largo y olor a mandarina, entró al salón y tomó su lugar; detrás de ella un estudiante como cualquier otro se sentó, ya se habían visto muchas veces antes, él la miraba de lejos, ella le sonreía amablemente, nunca se hablaban pero se conocían; como a cualquier estudiante más de esa clase.
La clase transcurrió, como cualquier otra, el olor a mandarina embriagaba al chico de atrás, él le mando discretamente un mensaje en un papelito a la niña de adelante:
“oye, hueles deliciosamente a mandarina”.
Ella secretamente rió y asintió pues sabía que el shampoo y la loción de mandarina, que usó por la mañana, aún seguían presentes en ella.
Era verano y hacía calor; justo cinco minutos antes de sonar la campana del final de la clase, la niña tomó su suéter y lo colgó detrás de su silla, sus ojos vieron fugazmente en los ojos del chico sentado detrás.
Era verano y hacía calor, justo un minuto antes de sonar la campana del final de la clase, el chico se acercó al brazo de la niña, respiró profundamente y cerrando los ojos la mordió, o más bien la saboreó.
La niña en una mezcla de sorpresa, rechazo y enojo volteó para mirar al atrevido, mientras le decía con voz fuerte:
- ¡Eres un insolente!-, claro que nadie la escuchó pues en ese momento la campana sonó.
- No, yo solo quise morder una mandarina-, dijo cínicamente el chico.
- Pero, yo no soy una mandarina, y eso no fue una mordida, me has dejado tus babas en el brazo-, dijo la niña con indignación mientras se limpiaba el brazo.
- Bueno, yo así como las mandarinas-, contestó el chico mientras se retiraba del salón.
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