El Gran Hombre

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Después de lograr ponerse por encima de todos los demás hombres, de haber dominado en disciplina su cuerpo y mente, de conquistar a todas las mujeres que deseó pretender, además de cualquier lujo y posesión que cruzara sus pensamientos o atrajera sus deseos, el gran hombre contempló su vida y se dio cuenta que, lejos de tenerlo todo, encontrábase delante de un abismo, pues su espíritu estaba flaco y pasando necesidad.

¿Y que ayuda podrían ofrecer los sabios, y hombres religiosos del mundo? Ellos mismos no irradiaban la divinidad de un profeta.

¿Y para qué acudir a los monjes y místicos? El nirvana era para ellos aún solo una práctica perpetua, y un enseñar sin fin.

Y en el resto de los hombres, ¿qué podría encontrar sino banalidades, y un implícito desdén por ideas foráneas a su habitual comodidad, alojada en cualesquiera situaciones vivieran?

Así pues, tras un día vacío de esencia, vivido como quien funciona por hábito, un "buenas noches" de media sonrisa fue el preludio a seguidas y solitarias horas de ojos abiertos en consternación, en incertidumbre de no haber alcanzado lo más importante antes de llegar al último descanso.

Ahí, encerrado en una de las habitaciones de su palacio, acostado en su ámplia y revuelta cama, y luego de mucho tiempo concentrado en sus indagaciones y razonamientos, el cansancio por fin le arrebató una porción de sufrimiento, y pudo descansar.

Entonces el gran hombre en un sueño tuvo una revelación a través de visiones. Lo que parecía ser una criatura angelical de gigantescas proporciones se suspendía en un infinito vacío de oscuridad, irradiando un deslumbrante brillo dorado que impedía capturar en detalle su composición y sus facciones más allá de su aparente forma erguida, y los imponentes y numerosos pares de alas que se extendían hacia sus costados.

El gran hombre, ahora desnudo, se encontraba de pie sobre la nada y se veía en comparación de tamaño insignificante, de vista a la figura divina, observándola con mirada incrédula y de temor confuso.

Tras un espacio de silencio, se pronunció la divinidad:

D: ¿Por qué me niegas? Tú me has llamado.

H: Perdóname, Dios.

D: Y sin embargo me separas de ti.

H: ¿Quieres decir que siempre has estado conmigo?

D: Para estar contigo no podría estar en unión contigo.

H: Dios, te pido que me muestres misericordia, por favor ayúdame a entender.

D: ¿Quién te enseñó que debo mostraste misericordia?

H: ¿No es el creador y todopoderoso quien muestra misericordia?

D: Sin embargo tu sabiduría y deseo por la verdad te ha presentado ante mi.

H: ¿Cabría tal profunda zozobra en mi, fuera yo realmente sabio?

D: El conocimiento y el buscar la verdad son también la concepción de tus padecimientos. Ahora habla, hijo de Dios, porque delante de ti tienes la oportunidad de avanzar hacia el entendimiento, ¿qué es aquello que te quita la paz?

H: ¿Cómo puedo ayudar al mundo?

D: De la misma forma que me has separado de ti, te has separado de tu prójimo.

H: ¿Debería estar en unión con el mundo?

D: Tales son los pensamientos de un hombre que no ha visto a Dios.

H: ¿Qué es lo mejor que puedo hacer por mis hijos?

D: Tu pregunta es su mayor peligro.

H: ¿Cómo puedo ser un buen hombre?

D: El afán por la superioridad moral es el origen de la corrupción y el principio del fin.

H: ¿Qué debo hacer con mi vida?

D: Si no has entendido cuál es el deber de Dios, morirás. Pero si has entendido, volverás a mi, ¿y quién hay que cuestione a Dios sobre sus asuntos?
 
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