OP
Saludos gente. Les comento que hoy me desperté temprano por que estaba (estoy :D) bastante engripado y no podía dormir. Así que para matar el tiempo me puse a escribir una historia, y bueno, salió esto. Espero que les guste xD
Las hormigas se pasan toda la vida trabajando. En parte lo hacen para ellas, pero en mayor medida para el resto de la colonia. No tienen descanso en ninguno de sus días, y así pasan toda su vida, hasta que llegue algún niño aburrido y las aplaste, solamente por diversión. A fin de cuentas ¿Qué importa matar una hormiga, si total hay millones más? En cierta medida, así es la vida de una persona corriente. Trabajamos toda nuestra vida para nosotros mismos y para el resto de las personas, y de un día para el otro podemos perder todo lo que hemos logrado en tan solo un instante. Pero a nadie parece importarle demasiado.
Mi nombre es Carlos Gutiérrez. Tengo esposa y dos hijos, un varón de ocho años, y una nena de cinco. Trabajo como canillita (1) cerca de la estación Retiro. Todos los días es la misma rutina. Me levanto a las cuatro y media de la madrugada, me pego una ducha rápida, tomo un café con medialunas, me despido de mi esposa, y me tomo el tren hasta la estación Retiro. De ahí son seis cuadras hasta el puesto de diarios, que abro rápida y tranquilamente. Más o menos a las nueve y media llega Don Braulio a buscar el Clarín, como todas las mañanas, aunque es simplemente una excusa para juntarnos. Siempre nos quedamos charlando largo y tendido sobre fútbol y la vida. Luego, cerca de las dos de la tarde, cierro el puesto y voy para la estación, comenzando el camino a casa. Una vez en mi hogar, descanso hasta las cinco y media, cuando me levanto para ir a buscar a mis hijos a la escuela (A la más chica al jardín de infantes). La tarde la paso tranquilamente hasta la hora de cenar. Luego de comer, me cambio, y voy a dormir junto con mi esposa, esperando otro día más de rutina. Así pasaban todos los días de mi vida.
Resulta al menos curioso ver como todo esto puede cambiar en tan solo un instante. Un martes como cualquier otro, repetí esta rutina que vengo llevando casi religiosamente desde hace siete años. Me levanté a las cuatro y media, desayuné, fui a tomar el tren, abrí el puesto de diarios, entregué el Clarín de todas las mañanas a Don Braulio, y a eso de las dos de la tarde, cerré el puesto y me marché hacia la estación. Sin embargo, algo llamó mi atención en el camino hacia la terminal. Se escuchaban gritos, y había un gran revuelo de gente. Decidí aproximarme para investigar de que se trataba, después de todo, tendría que pasar por allí de todas formas. Al acercarme, pude ver a un hombre corriendo a toda velocidad. Vestía campera de cuero, zapatillas de lona, y pantalones deportivos. No alcancé a ver bien, pero me pareció que llevaba una cartera en una mano, y un arma en la otra. Detrás de el venía persiguiéndolo un policía, aunque éste estaba bastante atrás del sujeto que perseguía. Obviamente se trataba de un asalto y persecución. El ladrón pasó delante de mí, aunque claro, de seguro ni siquiera notó que yo estaba allí. Fue entonces cuando, viendo que el policía se aproximaba cada vez más hacia el, decidió disparar algunos tiros hacía el policía. Luego de eso, sentí un fuerte golpe en la cabeza, como si fuese una fuerte pedrada, e inmediatamente perdí la conciencia.
No se cuanto tiempo habré estado inconciente, pero estoy seguro de que fue bastante tiempo. Desperté en una habitación blanca de hospital (Posiblemente del Hospital de Clínicas), aunque nadie parece notar que desperté. No es de extrañar, ya que desde el momento en que recuperé la conciencia no puedo, noté que no podía mover mis brazos y piernas, o poder hacer una expresión con la cara siquiera. Pero el que no pudiese expresarlo no significaba que no estuviese consiente. Pude ver claramente a mi esposa, con una expresión de tristeza en su rostro, aunque ya asumida según parece. Pude ver a mis hijos, que a su edad no podían entender lo que le ocurría a su padre. Pude ver a varios de mis amigos, entre ellos Don Braulio. Pude ver y oír a los médicos decir a mi esposa que me encontraba en estado vegetativo. Y pude oír también decir a los médicos y a mi esposa que el día de mañana, a las doce en punto del mediodía, sería desconectado de los aparatos que me mantenían con vida. Sentí una gran impotencia al escuchar esas palabras. Impotencia de no poder decir ni hacer nada para decirles que no solo estaba vivo, sino que además estaba consiente, e impotencia por haberlo perdido todo en tan solo un instante, y por lago casi insignificante.
Me desconectarían por que el hospital estaba gastando muchos recursos en mí, y por que otra persona necesitaría mi cama. Pero no tengo derecho a quejarme. Así es la vida, y esas son las reglas del juego. Después de todo, ¿Qué importa la vida de una sola persona, habiendo millones más allá afuera?
(1) Canillita: Vendedor de diarios
Nuevamente, espero que les haya gustado. Yo por mi parte me voy a tomar una bayaspirina a ver si mejoro un poco :D
Adios y suerte
Un día más en la ciudad
Las hormigas se pasan toda la vida trabajando. En parte lo hacen para ellas, pero en mayor medida para el resto de la colonia. No tienen descanso en ninguno de sus días, y así pasan toda su vida, hasta que llegue algún niño aburrido y las aplaste, solamente por diversión. A fin de cuentas ¿Qué importa matar una hormiga, si total hay millones más? En cierta medida, así es la vida de una persona corriente. Trabajamos toda nuestra vida para nosotros mismos y para el resto de las personas, y de un día para el otro podemos perder todo lo que hemos logrado en tan solo un instante. Pero a nadie parece importarle demasiado.
Mi nombre es Carlos Gutiérrez. Tengo esposa y dos hijos, un varón de ocho años, y una nena de cinco. Trabajo como canillita (1) cerca de la estación Retiro. Todos los días es la misma rutina. Me levanto a las cuatro y media de la madrugada, me pego una ducha rápida, tomo un café con medialunas, me despido de mi esposa, y me tomo el tren hasta la estación Retiro. De ahí son seis cuadras hasta el puesto de diarios, que abro rápida y tranquilamente. Más o menos a las nueve y media llega Don Braulio a buscar el Clarín, como todas las mañanas, aunque es simplemente una excusa para juntarnos. Siempre nos quedamos charlando largo y tendido sobre fútbol y la vida. Luego, cerca de las dos de la tarde, cierro el puesto y voy para la estación, comenzando el camino a casa. Una vez en mi hogar, descanso hasta las cinco y media, cuando me levanto para ir a buscar a mis hijos a la escuela (A la más chica al jardín de infantes). La tarde la paso tranquilamente hasta la hora de cenar. Luego de comer, me cambio, y voy a dormir junto con mi esposa, esperando otro día más de rutina. Así pasaban todos los días de mi vida.
Resulta al menos curioso ver como todo esto puede cambiar en tan solo un instante. Un martes como cualquier otro, repetí esta rutina que vengo llevando casi religiosamente desde hace siete años. Me levanté a las cuatro y media, desayuné, fui a tomar el tren, abrí el puesto de diarios, entregué el Clarín de todas las mañanas a Don Braulio, y a eso de las dos de la tarde, cerré el puesto y me marché hacia la estación. Sin embargo, algo llamó mi atención en el camino hacia la terminal. Se escuchaban gritos, y había un gran revuelo de gente. Decidí aproximarme para investigar de que se trataba, después de todo, tendría que pasar por allí de todas formas. Al acercarme, pude ver a un hombre corriendo a toda velocidad. Vestía campera de cuero, zapatillas de lona, y pantalones deportivos. No alcancé a ver bien, pero me pareció que llevaba una cartera en una mano, y un arma en la otra. Detrás de el venía persiguiéndolo un policía, aunque éste estaba bastante atrás del sujeto que perseguía. Obviamente se trataba de un asalto y persecución. El ladrón pasó delante de mí, aunque claro, de seguro ni siquiera notó que yo estaba allí. Fue entonces cuando, viendo que el policía se aproximaba cada vez más hacia el, decidió disparar algunos tiros hacía el policía. Luego de eso, sentí un fuerte golpe en la cabeza, como si fuese una fuerte pedrada, e inmediatamente perdí la conciencia.
No se cuanto tiempo habré estado inconciente, pero estoy seguro de que fue bastante tiempo. Desperté en una habitación blanca de hospital (Posiblemente del Hospital de Clínicas), aunque nadie parece notar que desperté. No es de extrañar, ya que desde el momento en que recuperé la conciencia no puedo, noté que no podía mover mis brazos y piernas, o poder hacer una expresión con la cara siquiera. Pero el que no pudiese expresarlo no significaba que no estuviese consiente. Pude ver claramente a mi esposa, con una expresión de tristeza en su rostro, aunque ya asumida según parece. Pude ver a mis hijos, que a su edad no podían entender lo que le ocurría a su padre. Pude ver a varios de mis amigos, entre ellos Don Braulio. Pude ver y oír a los médicos decir a mi esposa que me encontraba en estado vegetativo. Y pude oír también decir a los médicos y a mi esposa que el día de mañana, a las doce en punto del mediodía, sería desconectado de los aparatos que me mantenían con vida. Sentí una gran impotencia al escuchar esas palabras. Impotencia de no poder decir ni hacer nada para decirles que no solo estaba vivo, sino que además estaba consiente, e impotencia por haberlo perdido todo en tan solo un instante, y por lago casi insignificante.
Me desconectarían por que el hospital estaba gastando muchos recursos en mí, y por que otra persona necesitaría mi cama. Pero no tengo derecho a quejarme. Así es la vida, y esas son las reglas del juego. Después de todo, ¿Qué importa la vida de una sola persona, habiendo millones más allá afuera?
Fin
(1) Canillita: Vendedor de diarios
Nuevamente, espero que les haya gustado. Yo por mi parte me voy a tomar una bayaspirina a ver si mejoro un poco :D
Adios y suerte