La caja

OP

Don Rogelio

¿Cómo nos entendemos?
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Ubicación
Santiago de Cali, Valle del Cauca, Colombia
Tarde inesperada de viernes, noche de fin impredecible. Ahí, en mi oficina; tal vez, resolviendo algunos asuntos; tal vez, quemando tiempo mientras intento no pensar. Llega la agridulce noticia: se va al mejor instituto latinoamericano de matemáticas y esta noche es la despedida. Sí, él se va, mi gran compañero se va, despidiéndose de todos... menos de mí. Una pizzería sería testigo de una pausa indefinida en nuestro conversar, por mayoría de veces, agradable. Uno o dos lunares se encargaron de provocar todos mis miedos para este día. Con el alma casi saliendo del cuerpo, decidí asistir, haciendo caución de que no advirtiese mi presencia hasta mi llegada. Arribo al lugar; altivamente, levanta su cabeza para poder apreciar quién llegó. Al darse cuenta de que fui yo, solo se recoge de nuevo y no dice nada. Yo, aún más altivo, me dirijo a las cercanías de su persona, con una horrible caja de zapatos. Sí, una caja que alguna vez guardó algo que sirve para caminar con comodidad por kilómetros, pero esta noche encontraría otra función, aunque distinta en extremo, muy relacionada. Implícitamente, estaba invitándolo a caminar juntos por muchos kilómetros en episodios futuros, no necesariamente continuos. Dispusiéronse todos a sentarse a la mesa, yo continué de pie con mi modesta caja.

Bibiana preguntó: Álex, ¿por qué no te sientas?
Le respondí con tono seco y amargo: Espero que el anfitrión me diga donde puedo hacerlo.
Se dirigen a él, a lo que responde: Puede sentarse en toda su comodidad, yo, igual, estaré de pie para recibir a los demás invitados.
Después de tal aserción, viendo que mi, alguna vez, compañero de aventuras, emociones y razonamientos lógicos continuaba sentado en la cabecera, decidí hacer lo propio en el extremo opuesto. Sí, no quería fatigarlo con mi indeseada presencia... Efecto que resultó totalmente nulo para mi compañera de noche, mi humilde caja de zapatos.

La curiosidad invadió a todo el que apareciera en escena: ¿Qué escondes ahí, Álex? ¿Se trata de un gato? ¿Unos zapatos?
Algunos, debido a mi lugar de procedencia, fueron un poco más osados: ¿Es una bomba? ¡Oh, Álex, es cocaína!
Tímidamente, pude responder que sí, que su contenido era mayoritariamente de color blanco.
Mi otrora compañero fue más allá, dentro de sus propias ilusiones: ¡Se trata del libro! ¡Es el libro!
Solo pude observar sus ojos expresivos y reír a carcajadas, recordándole que se trataba solamente de una caja de zapatos, no contenía nada especial.
Ya, a la hora de ordenar la cena, todos se asombraron al notar que yo no haría lo mismo. Mi alma quería salirse del cuerpo, ¿cómo podría llenarlo con comida?
A media conversación, como siempre, aparecen temas reflexivos, cuestiones de trabajo, planes y sueños y chistes. Sí, chistes, de los grandes, gordos y pesados. No soporté tanta camaradería volando sobre mi cabeza cuando mi gran camarada, pretendiendo ser el gran anfitrión, me observaba de vez en cuando con gran nostalgia e ira al mismo tiempo. Nostalgia de nuestras conversaciones en inglés, nostalgia de nuestras aventuras en tierras lejanas, nostalgia de las cosas incomprensibles para la mayoría... y mucha ira por mi desliz, esto último neutraliza todo.

Así, pues, decidí levantarme de mi lugar, siendo notado por una de mis compañeras bromistas:
-Atención, Álex va a dar un discurso.
-¿Qué discurso? ¡Solo me levanté para estirar las piernas! - lo dije mientras tomaba asiento de nuevo.
-¡Pues, ha sido un discurso muy elocuente! ¡Aplauso para Álex!
-Aunque... - levantándome de nuevo y caminando de forma parca - ... hay algo. Marcelo, esto es suyo.

Y le pasé la caja. Todos querían observar, solo él tendría el privilegio de desvendar el misterio. Me miró a los ojos, miró el exterior de esa fea caja y levantó levemente la tapa superior... ¡Dios! ¡Sí era! ¡Les dije que era!
Por fin, su ilusión había sido satisfecha por la persona que perdiera la razón una y mil veces al contemplar la magnificencia de su ser. ¡Es el libro, es el libro! Miraba el exterior de la caja, miraba el interior, me miraba a mí. Repitió la secuencia una decena de veces. Por fin, se levantó de su lugar y estrechó mi mano, diciéndome que no me preocupase. Le ofrecí una disculpa, una minúscula disculpa por toda la aberración cometida; la aceptó con alegría y continuó contemplando el objeto de su obsesión. Aclaró a la audiencia que ese libro no se encontraba en ninguna librería de la ciudad. Habiendo obtenido todo el perdón que necesitaba, sin mediar palabra alguna, me dispuse a abandonar el recinto, entre gritos de "quédese" por parte de los bromistas. Haciendo oídos sordos, aceleré el paso, aunque no pude avanzar más deprisa por una voz que requería mi consejo:

Álex, ¿qué hago con la caja?

A lo que respondí: Cualquier cosa, es suya ahora.
 
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