Brainstorming: Academia de Escritura [Reapertura]

Una hoja crujió, y treinta más lo hicieron con ella. Mi paso por el bosque era escandaloso, y mi respiración también. Un gélido viento silbaba entre mis huesos y me llenaba de humedad, pesadez, y mucho frío. La llovizna caía sobre mi cabeza y me dificultaba el pensamiento, me entumecía, por suerte me había traído el sombrero de la última actuación, el rojo con pecas blancas. Caminé tanto que dejé de contar las horas hacía… muchas horas, y la noche ya se había comido al día. En toda esa oscuridad solo existíamos yo y mi aceitoso candelabro. Lo había comprado a un mercador ambulante que rebajaba los precios hasta números casi inexistentes, y lo hice por menos de lo que me pedía, porque no tenía nada más encima, y él me lo entregó de buena gana por dos monedas de cobre.

Un destello blanco en las profundidades del robledal me despertó de la ensoñación momentánea con la que caminaba, erizando el bello en la columna. Me llevé la mano al pecho, tratando de tranquilizar los latidos, que allí sonaban como tambores mal acompasados. Mi mano tembló incontrolablemente al ritmo del corazón, y luego la otra también. La levanté observando que el temblor cesaba, y, justo detrás de mi mano, pero muy al interior, junto a un viejo tejo, pude vislumbrar un fino resplandor blanco, que dejaba una pequeñísima estela allí donde estaba. La luz no desapareció en esta ocasión, se mantuvo estática junto al árbol, tintineando… si, una campanita tañía con mucha dulzura cerca de mí, y luego se alejaba entre sus propios ecos hasta el viejo árbol, pidiéndome que la siguiera, rogándome compañía. Lo hice. Caminé siguiendo el sonido de la campana que revoloteaba a mi derecha y a mi izquierda, que luego flotaba lentamente hasta la sombra blanca que observaba. La lluvia se hizo más fuerte a cada paso que daba, y cada paso era más difícil que el anterior. Una rama vieja cayó detrás de mí, destrozando el silencio que colmaba mí paciencia hasta entonces, aunque me asusté por el estruendo, estaba agradecido de que se oyera algo más que mis latidos y mi respiración acelerada. Cuando me pude acercar más, vi que el árbol estaba situado en el centro de un claro desnudo, bañado por luz de luna en vez de agua. Entré y el agua dejó de caer, todo el círculo que era el claro estaba limpio de hojas, su suelo era solo hierba gris, a diferencia del bosque que había pasado un mal otoño. Alcé la vista y observé muy de cerca el tejo, no recordaba haberme acercado tanto. Aquel resplandor blanco no era más que una lechuza posada sobre una rama del árbol, eso me calmó, pero seguí escuchando el tintineo que me llamaba a acercarme. Detrás del árbol saltaron dos gatos negros, negros como el azabache. Los ojos de los dos animales eran rayados y amarillos, un amarillo muy parecido al ámbar, y con un brillo inconfundible, los de la lechuza, sin embargo, no poseían color, solo se veía la sangre de los vasos reflejada en los dos grande óvalos. Me fijé en que una campanilla dorada atada con un lazo rojo pendía del cuello de ambos gatos, y me di cuenta de que no existía nada de sobrenatural en todo aquello.

La lechuza levantó las alas, en gesto agresivo, chillando. Los dos gatos parecían reírse de mí, oí sus maullidos entrecortados, que delataban alguna especie de burla hostil. Los gatos se arremolinaron en sombras, fuera del alcance de mi candelabro. Las campanillas aparecieron ante mí, rodando por la hierba, y de la penumbra se acercaron dos ancianas encorvadas de narices aguileñas, riendo entre dientes como dos comadrejas, una a cada lado del árbol. Miré los ojos del animal. Eran rojos, si, pero también existía el negro, puede que alguna vez hubieran tenido color. Una de sus alas se arqueó, y con ambas alzó el vuelo, aleteando en su lugar, sosteniendo mi mirada. En un chasquido el animal me tenía contra el suelo. Me removí y rodé, pataleé, y encontré una de sus garras atravesar mi estómago. Escuchaba las risas de las viejas, y el tintineo incesante de las campanitas. Mi cuello no sostuvo más mi cabeza ensangrentada y miré al cielo-Luna roja-susurré.

Estaban ambos sentados sobre la cama, solos con el otro en la casa, mirándose fijamente, asombrados, sus cuerpos aún no estaban expuestos pero ya estaban nerviosos, la tensión sexual estaba presente, podía sentirse. Esta no era la primera vez de ella pero aún así ella estaba nerviosa, ella en el fondo sabía que esto era distinto, no era solo sexo, no, era un acto de unión. Él, siendo su primera vez estaba aún más nervioso que ella, temblaba más de lo que acostumbraba, estaba nervioso pero ansioso, él quería que esto pasara tanto como ella. Empezaron con un ligero beso, despacio, nadie los apresuraba, esos besos que no tienen porque apurarse porque no tiene donde ir. Ella se recuesta en la cama y él se apoya sobre ella para darle un tierno beso, si miran a los ojos, se aman. Se besan más y más apasionadamente, sus corazones laten rápido, sus respiraciones se agitan, y la habitación se ve invadida por el estremecedor sonido de sus lenguas colisionando, explorando gentilmente la boca del otro. Sus respiraciones demostraban que querían más, ella quería más, le pedía más, él, tímido, metió su mano bajo la camisa de ella y lentamente tomó él camino hacia sus pechos, exploró lentamente el abdomen de ella, ella tenía las manos apoyadas en la cara de él, acariciándola. Ella le saca la camisa a él, él le saca la camisa a ella, ella se desabrocha el sostén dejando sus pechos expuestos a él, él los mira, asombrado, él la mira a ella, a ella completa, es hermosa, el tiempo se detiene y la escena es perfecta para ambos. Se besan, se abrazan se tocan, tocan la piel del otro desesperadamente, intentan recorrer el cuerpo del otro lo más rápido que puedan como si se les acabase el tiempo. Él la tocaba a ella, ella la tocaba a él, querían más, querían juntar su cuerpo con el del otro, querían ser uno solo. Se sacaron lo restante, afuera se fueron los pantalones, los zapatos, los calcetines y adiós a lo demás. Ahí estaban, completamente desnudos, vulnerables, expuestos y esta vez el mundo entero se paralizó, ellos se detuvieron y se miraron, nada más, ella miró el cuerpo de él, su desnudez, su realidad y él la miró a ella, estaba asombrado con la belleza de ella, para él esa era la perfección, ella era perfecta, sus ojos eran hermoso, sus facciones, su sonrisa, sus labios eran deliciosos, su cuello era frágil, sus pechos eran perfectos, mejores que cualquier porno que él haya visto, estos eran reales y tenían la forma perfecta, su abdomen era increíble, su ombligo lo volvía loco, sus piernas eran maravillosas, inolvidables y sus pies eran tiernos; ella era la perfección retratada.
El tiempo volvió a su curso y se buscaron nuevamente, esta vez quisieron conocer cada parte del cuerpo del otro, pero fueron lentamente, despacio, gentilmente se tocaban.
Estaban listos para unirse, para sentir el amor en su máxima expresión por primera vez en sus jóvenes vidas.

Ella prometió siempre estar ahí y yo le creí
Un tiempo lo cumplió y hasta un poco aprendí
No podía mirarla a los ojos por temor a deslumbrarme
Cuando no la escuchaba daban ganas de matarme.

A través de mis anteojos
Veo a mi nube de reojo los dos mojados por la lluvia
Y no me dice nada sus palabras se las lleva el viento
Y dice que se marcha y que tal vez un día nos veamos.

Se fue.

Se fue.

La sigo buscando y no importa cuanto tarde
Con tal de encontrarla no hay nada que me mate
Me acompañan luciérnagas y rocas encantadas
Murciélagos que ven y águilas cegadas.

Te veo la lo lejos pero con dificultad
Pues me ah cegado el nuevo sol de tu felicidad
Las libélulas me contaron que encontraste otro cielo
Que ya no necesitas de mí para darte consuelo
Que ya no te importa si estoy en el suelo.

Las sombras y los espíritus despiertan a mi paso
Ese sonido alucinógeno y terrible de un balazo
Suena a lo lejos un grito de dolor y sufrimiento
Creo que es el mio pero en otro tiempo.

Pues ahora que ya no me necesitas para ser feliz
finalmente sanara esta gran y profunda cicatriz
la que me eh causado cuidándote del viento
y los rayos que me han caído al decirte lo que siento.

Y los búhos me aconsejaron que dejara el color
Que me fuera a una vida en blanco y negro
Y me olvidara de todo ese dolor.

Mis manos desaparecen se las llevan los recuerdos
Creo que me castigan y me hostigan
De las semillas crecen rocas y sus retoños son las cartas
Que mi nube un día me escribo.

estoy muriendo.

estoy muriendo.


pero si mi nube no vuelve tendré que olvidarla?



Y si subo al cielo a buscarla? me montare en un Pegaso


Al final de mi búsqueda podre dormir en paz
Sin que en la noche me moleste el cuervo con antifaz
Y si un día lo logro podre contarle más
De mis aventuras que pase por buscar