Amor de enano

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Wonderland~~
Sigo tratando de decidirme por el género que escogeré, o la forma en la que lo narraré, etc... aquí va una prueba más, y supongo que la última. Y... diosa, que largo ha quedado :hmmep:

Los enanos vivimos dentro de la sociedad, lo que ocurre es que somos tan bajitos que nadie se fija en nosotros. Yo era un enano, uno de los más feos que han existido y existirán, o eso decía mi madre. Mis brazos eran fuertes y anchos, muy peludos y repletos de venas hinchadas que podían verse a través de la carne, aunque difícilmente entre la maleza. Mis piernas no podían llamarse así. Apenas tenían forma definida. Mis “piernas” no eran más grandes que mi gigantesca cabeza, y una de ellas se doblaba hacia afuera. Mi rostro tampoco acompañaba para nada. Tenía dos salvajes selvas africanas por cejas, y mis ojos apuntaban uno a un lado distinto del otro. Ya había roto muchos de mis zapatos, y ese día había decidido salir descalzo y ataviado con el simple cuero que tenía por ropa. Vivía solo, así que solo compraba comida para mi ¿Quién iba a querer verme? Y aún más ¿Quién querría soportar convivir conmigo? Había salido para hacer unas compras, no solía abandonar mi hogar para algo que no fuera eso, aunque a veces paseaba por los interminables campos de trigo, dejándome llevar por el laberinto que suponían para alguien de mi estatura, pero nunca visitaba la villa si no fuera para conseguir algo de comida, la gente me asustaba. Di una última vista a mi casa. El suelo era tierra y algo de piedra, las paredes eran ladrillos puestos uno mirando en una dirección diferente a los otros, y el techo era paja. Anadeé hacia la panadería, mirando a mis alrededores. El cielo era gris, como siempre. De hecho, me gustaba ese color, era un color neutral, impasible, no como el feliz del azul, que me recordaba a que había personas mucho más afortunadas que yo. Un extraviado camino de piedra llevaba mi casa a la villa, las piedras me daban muchos problemas al caminar, y muchas de las veces que tenía que volver con algo de peso caía de bruces contra la roca. A mi alrededor no había nada, solo campo ocre con alguna mancha verde, una tierra sin ápice de fertilidad y repleta de girasoles jugando al escondite con el sol, que se encontraba oculto entre nubes negras y grises. Hacía tiempo que no llovía, aunque era común que el cielo tronara y luego descargara agua. Detrás de ese campo se escondían las plantaciones de trigo, y un poco más a lo lejos, una carretera.

La villa era enorme para recibir solo ese nombre. Los tejados estaban constituidos en su mayoría por pizarra, y algunos todavía mostraban la nieve que había caído hacía una semana. El invierno se acababa, y con el, la nieve. Aun así, unos cuantos días de helada habían servido para estropear el suelo de plantación. Las casas eran todas pequeñas, pero no eran comparables en tamaño a la mía, y ellos poseían un tejado que no se volaba con un poco de viento. Sus colchones se rellenaban con plumas, y el mío con paja. Había pensado en cambiar las bisagras de la puerta, chirriaban tanto que asustaban a Lula, y cuando Elena o Roy me visitaban (muy de vez en cuando) la portilla casi se les cae encima, por no hablar que era una puerta hecha a mi medida, para poder alcanzar el pomo. Digo hecha a medida, no obstante, nadie me la había regalado, tan solo la encontré tirada en el basurero, el cual frecuentaba ¿Quién le haría un regalo a un gnomo? Elena se dignaba a visitarme cuando le apetecía, y Roy evitaba mirar directamente a mis ojos dispares. Debía ser la criatura más triste del planeta, porque mantenía siempre algo de fruta en mi mesa por si alguien aparecía, incluso si se pudría yo iba a recoger más. Ya se habían echado a perder veintiuna manzanas y doce naranjas. Últimamente no se había dado bien la fruta, y no había ninguna sobre mi mesa, así que de la que compraba una barra de pan visitaría a la frutería.

Caminé por la primera calle, y la recorrí hasta llegar a una fuente donde se representaban dos sirenas de mármol bañándose en aquellas aguas grises, mientras sostenían dos grandes botijos. Vi las puertas de la panadería a lo lejos. Hablo de la panadería, sin embargo, no era la única de por allí, pero yo quería ver a Elena. Al entrar, una campanita tintineó anunciando mi llegada. Todas las miradas trataron de clavarse en mí, pero alguna se extravió y trató de buscar donde estaba la persona que había entrado, bajando la mirada y encontrando a un enano grotesco. Un hombre soltó una risita, y todos los demás miraron hacia otro lado, con el rostro congestionado. Tres mujeres estaban atendiendo la panadería, y por cada una de ellas había otras tres mujeres pidiendo su pan, mientras que dos señoras más esperaban a la cola y un hombre fuerte a su lado les hacía cumplidos y gastaba bromas. Observé por un momento al hombre. Llevaba unos pantalones lustrosos y apretados a sus muslos, más ceñidos aún por un cinturón de cuero negro, y una cazadora azul marina de botones plateados echada sobre el hombro. Esperé un largo rato a la cola, y ya solo quedábamos el hombre y una mujer esperando para ser atendidos. El monstruo se acercó a mí y se acuclilló para estar a mi altura, aunque aun así yo necesitaba alzar un poco la vista
-Oye ¿Eres tu la criatura de la que habla la gente?-Traté de mirar sus ojos, pero no podía concentrarme en un punto fijo para clavar los míos. No sirvió de nada que me esforzara, no lo conseguí. Ante aquello, el hombre se levantó y soltó una larga y tendida carcajada
-¿Por qué estás aquí?-Preguntó, sosteniendo una sonrisa burlona en sus labios, no, no era burlona, era más bien diabólica. El olor del pan me refrescó la lenta memoria
-Vengo para comprar algo de pan-No lograba encontrar el sentido de la pregunta. Alguien que entra a una panadería compra pan ¿No? El hombre volvió a reírse, esta vez con más fuerza, pero con algo más de aspereza
-¿Acaso eres estúpido? ¡Fuera de aquí, no quiero monstruos cerca de mí!-De un puñetazo me rompió la nariz, luego me cogió de la camisa, me escupió en la cara y me levantó en el aire. Me lanzó contra la puerta de la panadería, de manera que se abrió y yo me golpeé contra el pavimento. Volví a escuchar la risa del hombre desde afuera. Vi como se acercó a mí y me levantó a tirones del suelo, sujetando entre sus dedos mis pelos. Dolía muchísimo, me dieron ganas de llorar
-¡Vuelve a tu cueva!-Un rodillazo en la panza me dejó sin respiración. Me miró caer en el suelo derrotado, con asco, observándome de tal forma como si no mereciera pisar su mismo suelo
-¡Mirad todos! ¡Es una rata peluda!-En cuanto me di cuenta, una multitud estaba sobre mi. Ancianos y ancianas, mujeres y hombres, matrimonios y sus hijos. Las madres tapaban los ojos de sus hijos para que no vieran nada y se marchaban a paso apurado. Algunos me miraban aterrados y se marchaban corriendo, otros simplemente me daban una patada y se iban, y algunos solo reían sin cesar. Me arrastré por el suelo, queriendo volver a mi casa, a mi solitario pero seguro hogar, donde nadie podía despreciarme, ni golpearme, ni hacerme daño. Las piernas no me respondían, no podía levantarme. Vi mi casa a lo lejos, como un refugio, casi como un ángel. Sin embargo, un ángel apareció, aunque no en forma de edificio
-¡Oh, diosa!-Elena se hizo paso entre la multitud, apartando de un empujón al hombre que me había propinado la paliza. Todos mantuvieron la respiración mientras vieron como aquella mujer me tocaba, y me ayudaba a ponerme en pie-¿Qué estas haciendo?-El desconocido le puso una mano en el hombro mientras soltaba su frase con demasiada brusquedad, Elena se libró de su manó.
-¿Estas bien?-Preguntó. Yo asentí, sin saber muy bien por qué, tan solo quería que me sacaran de allí. Elena puso alrededor de su cuello mi brazo, y me llevó dentro de la panadería. Me sentó en una silla de mimbre en la trastienda. Las magulladuras eran bastante serias, y las tenía por todos lados. Mi nariz no hacía más que sangrar, las piernas nunca habían sido más irreconocibles que entonces, aunque los brazos no habían sufrido mucho
-¿Quién era ese?-Volvió a preguntar. Yo negué con la cabeza sin pronunciar palabra, no podía hacerlo. Me limpié la sangre de la nariz y acepté los algodoncillos que me había dejado Elena. Me mojó las heridas con agua fría, y con unas pinzas y un algodón mojado en alcohol las desinfectó
-Elena…-Pude pronunciar, la voz me temblaba sin control-tengo… una cosa que d-decirte-Miré hacia el suelo, porque no me atrevía a mirarla a la cara, con miedo de que ella se asustara
-Dímela-Dijo con voz generosa. Eso era lo más cerca que había estado de pedírselo
-No es nada-Aclaré, con voz más calmada. Sentí como la temperatura de mis mejillas se elevaba ante su mirada. Confieso que la había amado mucho, mucho, mucho ¿Y qué? ¿Acaso mis sentimientos importaban? Así era como de verdad me sentía, como un imbécil que no podía sincerarse ni consigo mismo. No era raro que me gustara, era una persona agradable, y la única que no me había tratado de matar por ser feo. A mis ojos parecía bella. De cabellos castaños e interminables de los que la luz sacaba destellos rojizos en cada punta. Unos ojos azules muy aclarados adornaban su rostro, haciéndola la más hermosa de las princesas a mi vista.

Vi que se movió incómoda y luego que se mordió la parte inferior del labio
-Bub…-De sus labios salió mi nombre y nada más, supuse que mi mirada la inquietaba, así que miré hacia otro lado
-Estoy casada-Dijo, bajando la cabeza muy lentamente. Luego me miró a los ojos. Tenía que ser una broma, no podía creerlo, no, tan solo era otra forma de hacerme daño, solo querían volverme más desgraciado, como aquel hombre, todos querían verme como una desgracia de ser.

Pasó una semana, y yo me había encerrado en mi casa, sin salir para nada. Viví esa semana con una manzana verde y una barra de pan, arrinconado contra mi lecho, mordiendo mis uñas de rabia. Si se lo hubiera propuesto antes… solo un poco antes, tal vez hubiera… ¿Y de qué habría servido? Tampoco ella me necesitaba, nadie lo hacía. En esa semana supe que tuvieron su luna de miel por los rumores y los gritos de los basureros que paseaban alrededor de mi casa, y claro, yo fui la persona más solitaria de aquel pueblo, ahora que ni ella estaba, ya no había un motivo para pensar que poseía algo de importancia como persona, así que me aparté totalmente de las personas. Mis sentidos y mi cuerpo se habían entumecido, y mi mente estaba embotada. Salí fuera de mi nicho para estirar las piernas. Miré al cielo en busca de lluvia, quería lluvia ¿Por qué no? La lluvia siempre me refrescaba y me dejaba pensar mejor, aunque las nubes fueran ya negras carbón, no parecía que quisieran descargar. Entré de nuevo y me senté en una silla, mirando mis manos, también deformes. Era un iluso al haber pensado en mis expectativas con Elena, tan solo había que mirarme. Era feo, horrendo, un monstruo de cuento que comía doncellas y asustaba a los niños. Nunca había pensado en ello, pero la idea no me pareció desagradable. Al menos, los enanos de los cuentos eran temidos, y yo, ni temido, ni amado.

Pasaron tres días más, y Roy me hizo una inesperada visita. Yo estaba menos aseado que de costumbre, y la mirada del hombre parecía congestionada
-Tienes que escucharme…-Me dijo, articulando con las manos, mirando mis ojos
-¿Por qué?
-Elena está muerta-Murmuró entre dientes, cerrando los ojos mientras pronunciaba las palabras. Después de eso se celebró el funeral de Elena, en la colina de los girasoles, junto al roble marchito, justo detrás de mi casa. No me permitieron asistir a su funeral, por miedo a que Elena reviviera, o algo así, tonterías que se inventaba la gente para mantenerme alejado de ellos. Una vez la ceremonia acabó me pude acercar a la tumba. Me eché la capa de cuero a la espalda, y me tiré suavemente la capucha marrón sobre la cabeza. El cielo me bendijo con algo de lluvia, lluvia negra, muy negra, como agua de cloaca, pero más fresca. Todo estaba oscurecido, era de noche, y las nubes no dejaban ver la luna ni las estrellas. Clavé en la silueta de su tumba mis ojos, o lo intenté. Era muy doloroso no poder mirar recto a su tumba, aunque una mirada desviada era lo único que podía llegar a hacer. Aún no podía creerme que su marido lo matase, no era normal que un marido asesinase a su esposa. Roy me había dicho que habían tenido una discusión tan terrible que habían llegado a las manos, y su marido llegó a las armas. Murió de un balazo en la frente. Yo no había visto su cadáver, ni lo vi nunca. Me la imaginé sonriente, con esa sonrisa que siempre estaba en sus labios rojos, la que esbozaba cuando le dirigías una mirada, aunque habían sido mis ojos, ella siempre les había sonreído. O con ese gesto labial que se le pronunciaba cuando estaba en desacuerdo con algo, siempre me hacía reir. La vi con los guantes de horneo en sus manos, sujetando una bandeja con pan y algunos pastelitos en ella, los pasteles de manzana, los que me daba siempre que la visitaba. Eran deliciosos, todo era delicioso hasta su muerte, pensado en ese momento, no me habría importado haber recibido mil palizas con tal de devolverla a la vida, me humillaría públicamente, todo lo que el pueblo había siempre querido, a cambio de eso yo pedía una vida, un precio muy alto por las monerías que puede realizar un enano ¿Verdad? Me saqué una manzana verde y lustrosa del bolsillo. La miré bien “Esta la había guardado para ti, la manzana era tuya, y no viniste a reclamarla…” la posé cuidadosamente sobre la tumba. Sabía que la quitarían en cuanto la vieran, pero no me importaba, solo quería verlo por una última vez.
-El amor de un enano nunca te habría matado-Susurré amargamente, apretando los dientes y los ojos. De la presión de los parpados se escaparon un torrente de lágrimas, mis rodillas cedieron a mi peso, y mi boca chilló con una mandíbula completamente desencajada.
 
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