Sus piernas le flaqueaban con cada paso que ejecutaba. Se creía desfallecer y ciertamente en cualquier momento lo haría; sin embargo, no iba a demostrar ni un ápice de debilidad frente a sus agresores. Ni una lágrima debía escapar de sus ojos; aquella mirada acaramelada que escocía de manera incesante, no hacía más que denotar una frialdad y odios incalculables, pese a la desventaja de su situación. Aquel era el camino al calvario, pensó con ironía dejando escapar una sonrisa tenue, sumisa…
El frío invernal le calaba los huesos, y la fina tela que cubría su pequeño cuerpo no era suficiente para proporcionarle calor ni para reconfortarla en lo más mínimo, después de todo… Aquel era el fin, ¿verdad? Moriría, sí, pero con la certeza de que había luchado por una causa justa, por la libertad de su pueblo y la suya propia. No se arrepentía de nada y no tendría por qué hacerlo. Con tan sólo escasos veinticinco años de edad había burlado a la muerte incontables de veces y, sin embargo, aquel ángel traicionero y tenebroso no había hecho más que pisarle los talones desde el primer instante en el que sus miradas se cruzaron en el campo de batalla.
Aún recordaba ese día. Aquel día maldito en el que sus sueños y esperanzas se vieron destruidos. En el que tuvo que ver morir a sus colegas y amigos y presenciar la destrucción de su tierra sin tener las habilidades ni el valor necesarios para enfrentarse a aquellos invasores. Usurpadores. Apretó los dientes y cerró sus ojos con fuerzas mientras percibía cómo la empujaban sin delicadeza por su espalda debido a que había quedado rezagada. Dio unos pequeños trompicones antes de estabilizarse nuevamente echando una mirada devastadora sobre su hombro. El soldado le miró indiferente. No le importaba, y ni siquiera le extrañaba. No era la primera vez que presenciaba un fusilamiento, claro estaba, pero para ella era distinto…
Tragó grueso. Sin pensarlo, sus manos se retorcían intentando zafarse de las amarras que sujetaban sus muñecas con fuerza. Nada. Sólo atinaba a lastimarse más profundamente que antes a causa de la indeseada fricción sobre su piel. El dolor era insoportable, pero no más que la culpa que la devoraba lentamente desde sus entrañas. Porque todo aquello había sido su culpa.
Buscó la mirada de sus compañeros que transitaban con la cabeza gacha a pocos pasos de ella. Estaban devastados. La vida y el ansia de justicia que había percibido en sus ojos hasta hace unas pocas horas se había desvanecido, dejando tras de ella una estela mortuoria y la promesa de un futuro que jamás vendrá. Quiso darles palabras de aliento, de esperanza, pero éstas se resistieron a salir de sus labios resecos a causa del viento gélido que los azotaba aquella mañana. ¿Cómo podría reconfortarlos si ella también requería consuelo? No. Debía mantener la postura. No podía permitirse dejarse llevar por la impotencia y el temor en tales circunstancias. Ella era la líder de aquel escuadrón, tenía que mostrarse tranquila, serena, incluso ante la perdición inminente.
No supo exactamente cuánto tiempo había transcurrido, quizás segundos o minutos; no obstante para ella todo aquel espectáculo se resumía a horas de agonía en la que se posicionaban frente a lo que alguna vez fue símbolo de prosperidad en su país. Una antigua construcción se alzaba majestuosa y a la vez imponente sobre ellos; quizás queriendo resguardarlos por última vez, quizás llorando la pérdida de unos humildes servidores de su patria… Porque aquello era todo lo que le quedaba ahora. Su nación se desintegró en el momento en el que desembarcaron los primeros buques de guerra, y las primeras bombas aéreas cayeron sobre las ciudades más importantes. No quedaba ni la sombra de lo que alguna vez fue, y tampoco quedaría nada de ellos.
Contempló detenidamente La Casa Rosada por última vez, quizás despidiéndose. Sus paredes marchitas parecían más rojizas que de costumbre. ¿Manchadas por la sangre de su pueblo? ¿Por la sangre de sus adversos, tal vez? No podría decirlo a ciencia cierta, pues se habían perdido incontables vidas pertenecientes a ambos bandos. Sus ojos se pasearon hacia el mástil enclenque que aún permanecía en pie; sin embargo, la bandera que ondeaba al viento no era la suya ni jamás lo sería. Se negaba a aceptarla como tal. Se negaba rotundamente a aquella esclavitud… El celeste y blanco que alguna vez hubo adornado los cielos, ahora se habían vistos reducidos a los burdos colores ingleses. Rojo, azul y blanco. El águila guerrera había sido cruelmente reemplazada por la real Britania, tan audaz y mortífera como los hombres que nacieron allí.
Una gruesa voz la sacó del hilo de sus cavilaciones. Un grito, de un general probablemente. Los soldados que le escotaban los obligaron a que se detuvieran en seco y los voltearon con brusquedad hacia el frente. Prontamente se marcharon, dejando a aquel grupo de quince hombres y mujeres solos, vulnerables a sus cañones, totalmente expuestos a ellos. Escrutó a sus agresores con detenimiento. Era casi una brigada completa. Varios de ellos tenían sus armas cargadas y estaban preparados a disparar a bocajarro en cuanto les dieran la orden de hacerlo. Sus rostros impasibles, sin duda, fue lo que más le asustó. Se removió incómoda, al tiempo que sus manos se volvían cada vez más insistentes y salvajes en sus movimientos. Tenía miedo. Quizás siempre lo tuvo; más no quiso admitirlo. ¿Por orgullo? Frunció los labios con nerviosismo. ¿Qué más daba ahora? Su respiración se tornó entrecortada y un nudo se formó paulatinamente en su garganta.
- Lo siento… – susurró por lo bajo – Realmente lo siento mucho – articuló con dificultad.
Sus lágrimas rodaban silenciosas por sus mejillas, deslizándose lentamente hasta resbalar por su mentón. Ni siquiera supo en qué momento comenzó a hacerlo, pero aquello era irrelevante…
Un muchacho un poco más alto que ella ladeó su cabeza y le miró comprensivo, temeroso, mientras que en su rostro se dibujaba una efímera mueca, semejante a una sonrisa o, quizás, queriendo serlo.
- No es tu culpa… – sus palabras fueron pausadas; no obstante, no lograron apaciguar su llanto, su falta.
- Lo es – afirmó sollozando con más ímpetu.
- No vale la pena buscar culpables, Plata – aquella mención le hizo mirarlo a la cara con sorpresa – Ceibo de Plata – completó.
Tragó grueso al tiempo que asentía levemente.
- Aunque cortes una flor, no podrás arrancar el árbol de raíz.
– continuó con serenidad, a pesar de que su rostro manchado de pólvora y tierra también se hallaba empapado por su propio llanto
Aquellas palabras permanecieron flotando en su mente por unos segundos imperecederos antes de que la aflicción de su rostro fuera reemplazada por una sonrisa de esperanza. Tenía razón. No hicieron falta más palabras. No servían para nada más. Con sólo mirar a sus compañeros supo exactamente lo que pensaban y con sólo una frágil pero sincera risa todas aquellas incertidumbres fueron ahuyentadas.
Miró nuevamente hacia el frente. Un hombretón de espesa barba azabache y semblante rígido se expresaba en voz alta, haciendo resonar cada una de sus palabras sobre aquel campo desolado y destruido por las contiendas. Sus subordinados le escuchaban atentamente, al tiempo que muchos de ellos se colocaban en posición, quizás ansiosos por terminar con ello de una vez por todas. Sin embargo, pese a todo, la damisela no lo oía. Ni siquiera se esforzaba por intentar comprender lo que enunciaba, ya lo sabía de antemano.
Sonrió. No obstante, aquella tranquilidad repentina no fue más que un fugaz ensueño. Ante ella había aparecido la razón de su desasosiego, sacándola bruscamente de aquel estado de estupor intenso en el que se hallaba. No pudo hacer más que observarlo con turbación al tiempo que sus miradas se cruzaron por sobre el pavimento desbaratado. Azul. Fue todo lo vio. Un azul indiferente, gélido y, a la vez, tan salvaje que por un minuto temió caer en ese mar turbulento. ¿Qué hacía allí? Tenía entendido que había regresado a Inglaterra a informar a sus superiores acerca de los descubrimientos efectuados y, sin embargo, allí estaba, frente a ella…
No pudo apartar su vista de él, ni siquiera cuando se allegó a aquel que parecía ser el General de dicha brigada y le mencionó algo discretamente, pero con la firmeza necesaria. Acto seguido, el rostro de aquel se desfiguró en una mueca de disconformidad mientras levantaba una ceja interrogante, algo escéptico por lo que acaba de escuchar. ¿Qué era lo que estaba sucediendo? La ansiedad volvió a azotarla, esta vez con más fuerza que antes. ¿Cuál era la verdadera identidad de aquel hombre? Cuando le mantuvieron cautivo y le interrogaron había afirmado ser un soldado, nada más; no obstante, sólo había sido una mentira, ¿no es cierto? Las múltiples medallas de condecoración que engalanaba sobre su chaqueta demostraban lo contrario. ¿Acaso él era…?
No pudo evitar dejar escapar un juramento. Maldijo por lo bajo, suficientemente audible para que la oyeran sus amigos; no obstante, no hubo tiempo para nada más. Unos oficiales se allegaron rápidamente hacia ella y rudamente la sacaron de aquella hilera. La arrastraron hacia donde se encontraba ese hombre. Aquel que una vez salvó y se apiadó de él; sólo quiso devolver un favor pero qué equivocada había estado. Había tenido cautivo al General de Guerra de Gran Bretaña y lo había dejado marcharse. Le había permitido irse creyendo que no era más que un militar de bajo rango que apenas entendía su idioma, pero no fue así, ¿cierto?
Su adjunto le escrutó con detenimiento al tiempo que aquella flor se removía con frenesí buscando liberarse de aquellos potentes agarres que la sujetaban por ambos lados de su cuerpo. Volvió a clavar su atención el él, sólo para escuchar una palabra salir de sus labios. Una palabra que la perturbó lo suficiente como para detener todo intento de escape y buscar a sus amigos con su mirada. Un aullido desgarrador salió de su garganta apenas escuchó la primera detonación. Y tras esta, llegaron más; una tras otra las balas eran disparadas y de la misma manera caían los cuerpos de lo que alguna vez fueron su familia. Sus ojos acaramelados se anegaron en lágrimas, y los chillidos de dolor se hacían cada vez más fuertes. ¿Por qué? ¿Por qué ellos y no ella? Le gritó innumerables insultos, lo maldijo y le espetó el hecho de que la haya sacado de la línea de fusilamiento porque… Si ella iba a morir, preferiría haber perecido allí mismo, con ellos, con los suyos…
Sus sollozos no fueron acallados en ningún instante mientras la llevan cautiva hacia la rosada construcción. Miles de interrogantes la hacían su víctima una vez más y ella no tenía la respuesta para ninguna de ellas. Tan sólo sabía que aquel no era el fin. Nunca lo había sido. Sólo tenía la certeza de que ella estaba viva. Aún…
