Veo a las prostitutas, y al verlas también veo a hombres sin piedad maltratándolas. Les dicen zorras, impías, brujas. Las tocan sin piedad y se ríen. Cierro los puños y me pongo más arriba la bufanda, aunque haya frío la adrenalina no me hace sentir ese gélido aliento de la natura por mis pieles. Le grito al barbudo, el más grande de ellos pero por lo que veo el menos inteligente por la asquerosa expresión que me puso, algo así como unos arqueos e ceja entremezclados con trompa de gorila. Su mirada perdida me lo dice, la mirada de alguien que ya está consumido por su propia maldición, esa maldición de los seres manchados que no saben su objetivo en el mundo, que no sabe que es inteligente o que no decidió serlo, lo ignoro porque deseo corromperse ya que eso es más entretenido que ser inteligente y sufrir, como yo sufro al ver lo que le pasa a las prostitutas. Casi todas ellas escapan, menos una. A las que se escapan les espera una tortura por parte de estos legitimadores de la “verdad”, como le dicen tan seguido cuando predican por las calles. Rechino los dientes y recibo un golpe por la parte de atrás del abdomen. La chiquilla llora y me ve, tirado en el callejón nevado de una ciudad sin importancia para mí, ya que lo que en verdad me importa a mí es que está podrida, y lo que no lo estaba lo arruinaron estos malditos trogloditas. Me intento levantar y recibo una patada por el hombro, blasfemo y lo incito a volver a hacerlo, a que lo vuelva a hacer ese niño de quince años que no entiende porque está ahí pero que no le queda otra alternativa, igual que la pobre niña de la que nada sé pero sospecho: tiene hambre, tiene frío y de seguro es guacha. Esquivo la patada que me lanzó y me levanto de forma rápida, preparando los puños con anillos de latón. Golpeo al más grande, al barbudo. Le clavo una puñalada por el hombro, casi llegando al cuello, pero sin tocar puntos vitales. Comienzo a decirle que no es grave pero que si no se marcha lo más rápido que pueda morirá desangrado. Me es más agradable verlo como intenta sobrevivir, sabiendo yo que esa herida no le causo nada. Pobre inútil.
Veo al niño que se le caen las lágrimas, le digo que huya y que no vuelva a parar con esos demonios, que si lo vuelvo a ver va a quedar como el barbudo. Aúlla y corre.
Veo a la niña, que no quería ser prostituta pero que no le quedaba otra chance, que quería ser feliz pero no tenía para comer, que quería amar pero no tenía a nadie para poder llegar a esa sensación tan placentera.
-Ven conmigo niña, te llevare hasta la calle.
-¡No me toques hijo de puta! ¿No ves que estás loco?
-¿Loco? ¿¡Ahora estoy loco!? Por qué no corriste despavorida cuando pudiste entonces, cuando me golpeaban.
-Porque si corría me iban a matar.
-Entonces no me digas loco, porque este loco, como tú me dices, intento cambiar el rumbo de tu destino.
Salí corriendo por el callejón y vi la hora del gran reloj. No marcaba más de la medianoche y note, note por fin que mi destino se había cumplido, que esos mantos que me tapaban la realidad se había desvanecido. Tenía que salvar a esta ciudad de porquería de su propia perdición. Ese era mi objetivo.
De pronto, como un roce entre la realidad y mis pensamientos, sentí la mano de ella en mi espalda, pequeña, caliente, poderosa. Su caricia me penetro rápidamente, podría decir casi de forma instantánea. No rasgando la carne ni tocando deliciosamente los órganos; no, solo era un rose y fuga. Siento como las lágrimas de mi cuerpo determinan lo que no me atrevía a mirar, ni menos a adivinar. Yo sé que no lo quiso hacer, pero estas cosas ocurren. Y estaba al tanto de que ocurrían muy seguidas en la ciudad del los pobres despavoridos.
Pero lo que nunca creí fue, que mi destino terminara tan rápido como comenzó. Con esa chiquilla con el revolver atemorizada de su seguridad, sin saber lo que había hecho. Suelta el arma y me mira atemorizada, le sonrió. Cumplí mi destino.
¡Muchas gracias por pasarte y leer!
Veo al niño que se le caen las lágrimas, le digo que huya y que no vuelva a parar con esos demonios, que si lo vuelvo a ver va a quedar como el barbudo. Aúlla y corre.
Veo a la niña, que no quería ser prostituta pero que no le quedaba otra chance, que quería ser feliz pero no tenía para comer, que quería amar pero no tenía a nadie para poder llegar a esa sensación tan placentera.
-Ven conmigo niña, te llevare hasta la calle.
-¡No me toques hijo de puta! ¿No ves que estás loco?
-¿Loco? ¿¡Ahora estoy loco!? Por qué no corriste despavorida cuando pudiste entonces, cuando me golpeaban.
-Porque si corría me iban a matar.
-Entonces no me digas loco, porque este loco, como tú me dices, intento cambiar el rumbo de tu destino.
Salí corriendo por el callejón y vi la hora del gran reloj. No marcaba más de la medianoche y note, note por fin que mi destino se había cumplido, que esos mantos que me tapaban la realidad se había desvanecido. Tenía que salvar a esta ciudad de porquería de su propia perdición. Ese era mi objetivo.
De pronto, como un roce entre la realidad y mis pensamientos, sentí la mano de ella en mi espalda, pequeña, caliente, poderosa. Su caricia me penetro rápidamente, podría decir casi de forma instantánea. No rasgando la carne ni tocando deliciosamente los órganos; no, solo era un rose y fuga. Siento como las lágrimas de mi cuerpo determinan lo que no me atrevía a mirar, ni menos a adivinar. Yo sé que no lo quiso hacer, pero estas cosas ocurren. Y estaba al tanto de que ocurrían muy seguidas en la ciudad del los pobres despavoridos.
Pero lo que nunca creí fue, que mi destino terminara tan rápido como comenzó. Con esa chiquilla con el revolver atemorizada de su seguridad, sin saber lo que había hecho. Suelta el arma y me mira atemorizada, le sonrió. Cumplí mi destino.
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