Impulso.
Andrés lo pensó dos veces antes de entrar. Se encontraba frente a una casa de aspecto descuidado, con tejas que parecían de plástico y una rústica puerta de acero, sin embargo sabía que todo aquello era solamente la fachada que ocultaba el tesoro que había adentro. Quería saber si la satisfacción que mostraban los que salían de ese lugar era justificada, y si los rumores sobre aquella mujer eran ciertos.
Habiéndose decidido cruzó un pasaje oscuro y se halló en un salón con muebles rojos desgastados; preguntó por Julieta, y en unos minutos subió las escaleras y cruzó la puerta, donde una joven espectacularmente bella y con un cuerpo que deslumbraba lujuria lo esperaba.
Ya era tarde cuando regresó a su casa, tenía un montón de cosas en la cabeza y todas apuntaban a Julieta, a quien ya consideraba maravillosa, casi una ilusión. En la siguiente noche volvió a visitarla, y luego de unos días al pasar por el lugar no pudo evitar volver a entrar; aquel ciclo se repitió constantemente hasta volverse un hábito para él.
Por otra parte Julieta lo empezaba a considerar, en cierto modo, más importante que otros clientes; a veces simplemente se quedaban sentados hablando, y a pesar de que él era menor, se dio cuenta de que hablaba con cierta madurez, a diferencia de los demás hombres que conocía.
Una noche se encontraban conversando en la antesala, era un día festivo y la usual clientela no apareció por el lugar. Él le insinuaba que podía dejar aquel oficio pues tenía muchas capacidades, y que aquella desapacible rutina la iba a terminar carcomiendo. Por su parte la conformidad dominaba la ideología de Julieta, quien objetaba haberse acostumbrado a vivir de esa manera. Mientras discutían, un tipo alto, con buen porte y cierta arrogancia en el rostro pasó por el umbral de la puerta; le hizo una seña a Julieta, y ella lo siguió afuera dejando al muchacho desconcertado. Andrés los vio subir a un carro azul ostentoso que descuadraba con el ambiente del lugar, y desaparecer lentamente al cruzar la esquina, sintiendo que un profundo dolor le desgarraba el corazón pues sabía lo que seguramente sucedería esa noche.
Al día siguiente no la visitó. Sin embargo cuando estuvo de nuevo frente en la antesala solitaria preguntando por ella, le dijeron que no había vuelto a aparecer allí desde que se subió a aquel automóvil. Así sucedió durante un buen tiempo, y Andrés empezaba a creer lo peor. Luego oyó que estaba viviendo con un hombre adinerado, quien había mandado al tipo con aquel carro lujoso a recogerla; entonces perdió toda esperanza.
Un tarde, tiempo después, Andrés iba en su moto escuchando música a alto volumen; se había acostumbrado a ello puesto que le servía para evitar pensar, pero cuando llegó a su casa no esperaba encontrarse con aquella mujer, que lo miraba con un dejo de cariño y nostalgia.
Estuvieron hablando un buen tiempo, ella estaba totalmente cambiada. Le contó que pensaba dejar el prostíbulo y trabajar en algo distinto mientras sostenía una relación seria con él. Esto simplemente dejó impactado al muchacho, que en aquel tiempo no había pensado en nadie más que en ella.
Ambos se subieron en la moto de Andrés rumbo a la casa de Julieta; sin embargo por el camino el muchacho se dio cuenta, por el contacto que tenía con ella, de una ferviente angustia; entonces se le ocurrió que estaba huyendo de aquel hombre que la había contratado. La miró a los ojos en la parada del semáforo y un profundo sentimiento invadió su cuerpo, un contraste entre el recuerdo de cuando lo abandonó en aquella antesala, y el amor que sentía por ella. Miró al frente y aceleró para descargar aquel huracán de emociones de su corazón, pero éste se detuvo en pocos instantes.
Nadie escuchó los disparos, sólo vieron a la moto de Andrés chocar sin control contra el andén, y a la pareja caer empapada por la gasolina del motor. Un policía acudió en medio de los curiosos y al preguntar qué había sucedido, un viejo le respondió:
“Les dispararon desde un carro azul”.
Andrés lo pensó dos veces antes de entrar. Se encontraba frente a una casa de aspecto descuidado, con tejas que parecían de plástico y una rústica puerta de acero, sin embargo sabía que todo aquello era solamente la fachada que ocultaba el tesoro que había adentro. Quería saber si la satisfacción que mostraban los que salían de ese lugar era justificada, y si los rumores sobre aquella mujer eran ciertos.
Habiéndose decidido cruzó un pasaje oscuro y se halló en un salón con muebles rojos desgastados; preguntó por Julieta, y en unos minutos subió las escaleras y cruzó la puerta, donde una joven espectacularmente bella y con un cuerpo que deslumbraba lujuria lo esperaba.
Ya era tarde cuando regresó a su casa, tenía un montón de cosas en la cabeza y todas apuntaban a Julieta, a quien ya consideraba maravillosa, casi una ilusión. En la siguiente noche volvió a visitarla, y luego de unos días al pasar por el lugar no pudo evitar volver a entrar; aquel ciclo se repitió constantemente hasta volverse un hábito para él.
Por otra parte Julieta lo empezaba a considerar, en cierto modo, más importante que otros clientes; a veces simplemente se quedaban sentados hablando, y a pesar de que él era menor, se dio cuenta de que hablaba con cierta madurez, a diferencia de los demás hombres que conocía.
Una noche se encontraban conversando en la antesala, era un día festivo y la usual clientela no apareció por el lugar. Él le insinuaba que podía dejar aquel oficio pues tenía muchas capacidades, y que aquella desapacible rutina la iba a terminar carcomiendo. Por su parte la conformidad dominaba la ideología de Julieta, quien objetaba haberse acostumbrado a vivir de esa manera. Mientras discutían, un tipo alto, con buen porte y cierta arrogancia en el rostro pasó por el umbral de la puerta; le hizo una seña a Julieta, y ella lo siguió afuera dejando al muchacho desconcertado. Andrés los vio subir a un carro azul ostentoso que descuadraba con el ambiente del lugar, y desaparecer lentamente al cruzar la esquina, sintiendo que un profundo dolor le desgarraba el corazón pues sabía lo que seguramente sucedería esa noche.
Al día siguiente no la visitó. Sin embargo cuando estuvo de nuevo frente en la antesala solitaria preguntando por ella, le dijeron que no había vuelto a aparecer allí desde que se subió a aquel automóvil. Así sucedió durante un buen tiempo, y Andrés empezaba a creer lo peor. Luego oyó que estaba viviendo con un hombre adinerado, quien había mandado al tipo con aquel carro lujoso a recogerla; entonces perdió toda esperanza.
Un tarde, tiempo después, Andrés iba en su moto escuchando música a alto volumen; se había acostumbrado a ello puesto que le servía para evitar pensar, pero cuando llegó a su casa no esperaba encontrarse con aquella mujer, que lo miraba con un dejo de cariño y nostalgia.
Estuvieron hablando un buen tiempo, ella estaba totalmente cambiada. Le contó que pensaba dejar el prostíbulo y trabajar en algo distinto mientras sostenía una relación seria con él. Esto simplemente dejó impactado al muchacho, que en aquel tiempo no había pensado en nadie más que en ella.
Ambos se subieron en la moto de Andrés rumbo a la casa de Julieta; sin embargo por el camino el muchacho se dio cuenta, por el contacto que tenía con ella, de una ferviente angustia; entonces se le ocurrió que estaba huyendo de aquel hombre que la había contratado. La miró a los ojos en la parada del semáforo y un profundo sentimiento invadió su cuerpo, un contraste entre el recuerdo de cuando lo abandonó en aquella antesala, y el amor que sentía por ella. Miró al frente y aceleró para descargar aquel huracán de emociones de su corazón, pero éste se detuvo en pocos instantes.
Nadie escuchó los disparos, sólo vieron a la moto de Andrés chocar sin control contra el andén, y a la pareja caer empapada por la gasolina del motor. Un policía acudió en medio de los curiosos y al preguntar qué había sucedido, un viejo le respondió:
“Les dispararon desde un carro azul”.
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