OP
Bueno aquí estoy posteando otro relato, está vez dedicado a esta festividad tan especial... Halloween xD
Este relato es algo diferente a los anteriores, para comenzar está escrito en tercera persona, en vez de en primera y traté de bajarle un poco el suspenso para aumentarle el terror (son cosas diferentes), el resultado, bueno no me gustó mucho, pero creo que esta aceptable. Ustedes juzgen.
Un hombre alto y delgado, vestido con una casaca roja y pantalones naranjas se sentó en una de las sillas de los concursantes. El hombre tenía cabello tirado hacía atrás, junto con una nariz larguirucha y dientes amarillos. Sus ojos eran de un color celeste apagado. No tenía expresión alguna en el rostro. A pesar de la presión que uno normalmente debería de sentir en esa clase de competencias, no transpiraba.
-¡Vamos, el concurso está a punto de empezar! –dijo el dueño del restaurante. El concurso que caracterizaba aquel lugar en ese específico día del año, ese día en el que las personas se unían para una celebración única en su tipo: Halloween.
Había un tumulto de gente parada alrededor de la gran mesa rectangular en la que se ubicaron los concursantes de la maratón de comer calabazas. Eran cuatro los concursantes. Cada uno más gordo que el otro –aunque eso no tenía nada que ver con la cantidad de calabazas que podían comer-. Las personas estaban animando a su concursante favorito, el cual era un tipo al que llamaban Albert. Era enorme y al parecer ya estaba impaciente de que comenzara el concurso.
-¡Ya estamos los cuatro, demonios, que comience de una vez! –gritó Albert.
-¡Que comience de una vez! –lo apoyo un tipo entre la multitud.
La campana sonó por fin. Las personas comenzaron a virotear y aplaudir a sus concursantes favoritos. Apoyaban a Albert más que a nadie. Muy pocos aplaudían a los hermanos Salazar -procedentes de una familia de argentinos- que se encontraban ya comiendo, pero con mucha dificultad debido a que hicieron un mal corte en su calabaza. Absolutamente nadie parecía apoyar al sujeto de la casaca roja, al parecer nadie lo conocía a pesar de que era un pueblo muy pequeño.
Este tipo –para sorpresa de todo el mundo- abrió rápidamente su calabaza como si tuviera un dominio perfecto del cuchillo, y enseguida comenzó a comer lo que había por dentro con una gran facilidad, como si no hubiera comido nada en años.
-¡Pero mira a ese espantapájaros de allí! ¡apenas empezó y ya se acabó su primera calabaza! –exclamó una señora regordeta.
-¡Sigan comiendo! ¡Sigan comiendo! –gritaba el dueño del restaurante –¡el primer premio es un gran cupón de descuento en mi restaurante!
El primero en caer fue el hermano mayor de los Salazar, al parecer las calabazas no eran su vegetal favorito y habían hecho una mala combinación con unos frijoles que se había comido esa misma mañana; simplemente dejó de comer y se quedó sentado en la silla de competidor con el polo embarrado y los regordetes brazos caídos hacía atrás.
-¡Eso es uno menos! ¡sigan comiendo! ¡sigan comiendo!
Lo mismo le pasó a su hermano, que ya estando en la quinta calabaza se desmayó, aparentemente mareado y dejando los restos del vegetal sobrantes en su boca a la vista de todo el público. El dueño del restaurante comenzó a sentir una ligeras náuseas al ver tal grotesco espectáculo. -Tal vez no fue buena idea hacer esto en mi restaurante- pensó.
-¡Vamos Albert! ¡Ese flacucho jamás te ganará! –grito alguien que parecía ser su hermano; mucho más delgado que el propio Albert, pero aún así enorme.
Solo quedaban dos concursantes: Albert y el sujeto al que nadie parecía conocer. Albert comenzó a devorar todas las calabazas que pudo ¿cuántas eran? Tal vez unas siete u ocho. Nadie lo notó, ni siquiera se molestaron en verlo, ya que todos estaban anonadados de la forma en como el hombre de la casaca roja partía y comía sus calabazas con gran rapidez.
Se mantuvo durante un buen tiempo en la competencia, pero al final, cuando se encontraba en su décima porción, Albert emitió un rugido neutro y luego dejó caer su cabeza encima de una calabaza a medio terminar.
-¡Tenemos un ganador! –gritó el dueño del restaurante.
La gente comenzó a aplaudir fuertemente al extraño que seguía comiendo. Al parecer no se había percatado de que había ganado ya que seguía comiendo, comía como un gran elefante a pesar de extremadamente delgada apariencia. Uno tras otro los cascarones vacíos de los vegetales eran lanzados apresuradamente, casi con furia por parte de este individuo.
Los restos de las calabazas semi-masticadas caían al piso directamente de su boca, su casaca roja tenía algunas manchas ligeramente más oscuras que el color habitual. De vez en cuando se detenía solo para mirar al público que lo observaba como si fuera una especie de animal extraño, luego, por unos instantes miraba con morbosidad sus manos embarradas de calabazas; acto seguido seguía comiendo.
¡Mierda ya detente! –gritó el dueño al sentirse asqueado de ver tantos restos de calabaza semi-masticada en el piso. Las náuseas comenzaban a acentuársele cada vez más y más. Su estómago le daba vuelcos al ver al extraño devorar sin escrúpulos todo lo que había en la mesa; hasta la última calabaza.
La gente comenzó a irse del lugar simplemente para no presenciar el grotesco espectáculo que exhibía aquel hombre de la casaca roja; que ya se había terminado todas las calabazas y estaba comenzando por los guisantes –que no eran parte del concurso- que se encontraban en la barra de comida. Con sus manos desnudas agarraba la comida y se la engullía con una rapidez y facilidad sorprendente; inexplicablemente la panza del hombre seguía tan plana como cuando entró al restaurante, como si hubiera una especie de agüero negro en su garganta que engullía toda la comida en vez de él.
-Eso es todo –pensó el dueño del restaurante. Se dirigió rápidamente al baño, corriendo a toda velocidad y llevándose las manos a la boca… vomitó; vomitó y vomitó hasta que de su estómago solo salía aire. Se levantó con dificultad del piso del baño –todo ya embarrado- y se dirigió afuera con la intención de arrojar al extraño de los ojos celestes fuera de su restaurante. A estas alturas el ya debió de haber espantado a todos los espectadores que habían ido a ver la competencia. Abrió la puerta y salió dando un brinco fuera del baño hacia la parte de la exhibición.
-¡Muy bien infe…
Sus ojos se abrieron como platos y acto seguido emitió una especie de sonido ensordecedor que solo podía igualársele al de un niño cuando se rompe la rodilla al caer de un árbol.
-¡¿Qué demo…
Encontró los cuerpos de Albert y los hermanos Salazar inmóviles en el piso, inundados en un charco de sangre, que se mezclaba casi armoniosamente con los restos de calabaza dejada por la competencia, pero algo les faltaba… ya no tenían cabezas, habían desaparecido completamente, ni siquiera se encontraban dentro del lugar. Decapitados se encontraban en el restaurante, completamente vacío y con un olor pestilente de sangre. Intoxicante.
Se acercó y encontró una nota escrita a mano con una caligrafía intachable que decía un escalofriante: Gracias por las calabazas.
Este relato es algo diferente a los anteriores, para comenzar está escrito en tercera persona, en vez de en primera y traté de bajarle un poco el suspenso para aumentarle el terror (son cosas diferentes), el resultado, bueno no me gustó mucho, pero creo que esta aceptable. Ustedes juzgen.
Hasta la última calabaza
Un hombre alto y delgado, vestido con una casaca roja y pantalones naranjas se sentó en una de las sillas de los concursantes. El hombre tenía cabello tirado hacía atrás, junto con una nariz larguirucha y dientes amarillos. Sus ojos eran de un color celeste apagado. No tenía expresión alguna en el rostro. A pesar de la presión que uno normalmente debería de sentir en esa clase de competencias, no transpiraba.
-¡Vamos, el concurso está a punto de empezar! –dijo el dueño del restaurante. El concurso que caracterizaba aquel lugar en ese específico día del año, ese día en el que las personas se unían para una celebración única en su tipo: Halloween.
Había un tumulto de gente parada alrededor de la gran mesa rectangular en la que se ubicaron los concursantes de la maratón de comer calabazas. Eran cuatro los concursantes. Cada uno más gordo que el otro –aunque eso no tenía nada que ver con la cantidad de calabazas que podían comer-. Las personas estaban animando a su concursante favorito, el cual era un tipo al que llamaban Albert. Era enorme y al parecer ya estaba impaciente de que comenzara el concurso.
-¡Ya estamos los cuatro, demonios, que comience de una vez! –gritó Albert.
-¡Que comience de una vez! –lo apoyo un tipo entre la multitud.
La campana sonó por fin. Las personas comenzaron a virotear y aplaudir a sus concursantes favoritos. Apoyaban a Albert más que a nadie. Muy pocos aplaudían a los hermanos Salazar -procedentes de una familia de argentinos- que se encontraban ya comiendo, pero con mucha dificultad debido a que hicieron un mal corte en su calabaza. Absolutamente nadie parecía apoyar al sujeto de la casaca roja, al parecer nadie lo conocía a pesar de que era un pueblo muy pequeño.
Este tipo –para sorpresa de todo el mundo- abrió rápidamente su calabaza como si tuviera un dominio perfecto del cuchillo, y enseguida comenzó a comer lo que había por dentro con una gran facilidad, como si no hubiera comido nada en años.
-¡Pero mira a ese espantapájaros de allí! ¡apenas empezó y ya se acabó su primera calabaza! –exclamó una señora regordeta.
-¡Sigan comiendo! ¡Sigan comiendo! –gritaba el dueño del restaurante –¡el primer premio es un gran cupón de descuento en mi restaurante!
El primero en caer fue el hermano mayor de los Salazar, al parecer las calabazas no eran su vegetal favorito y habían hecho una mala combinación con unos frijoles que se había comido esa misma mañana; simplemente dejó de comer y se quedó sentado en la silla de competidor con el polo embarrado y los regordetes brazos caídos hacía atrás.
-¡Eso es uno menos! ¡sigan comiendo! ¡sigan comiendo!
Lo mismo le pasó a su hermano, que ya estando en la quinta calabaza se desmayó, aparentemente mareado y dejando los restos del vegetal sobrantes en su boca a la vista de todo el público. El dueño del restaurante comenzó a sentir una ligeras náuseas al ver tal grotesco espectáculo. -Tal vez no fue buena idea hacer esto en mi restaurante- pensó.
-¡Vamos Albert! ¡Ese flacucho jamás te ganará! –grito alguien que parecía ser su hermano; mucho más delgado que el propio Albert, pero aún así enorme.
Solo quedaban dos concursantes: Albert y el sujeto al que nadie parecía conocer. Albert comenzó a devorar todas las calabazas que pudo ¿cuántas eran? Tal vez unas siete u ocho. Nadie lo notó, ni siquiera se molestaron en verlo, ya que todos estaban anonadados de la forma en como el hombre de la casaca roja partía y comía sus calabazas con gran rapidez.
Se mantuvo durante un buen tiempo en la competencia, pero al final, cuando se encontraba en su décima porción, Albert emitió un rugido neutro y luego dejó caer su cabeza encima de una calabaza a medio terminar.
-¡Tenemos un ganador! –gritó el dueño del restaurante.
La gente comenzó a aplaudir fuertemente al extraño que seguía comiendo. Al parecer no se había percatado de que había ganado ya que seguía comiendo, comía como un gran elefante a pesar de extremadamente delgada apariencia. Uno tras otro los cascarones vacíos de los vegetales eran lanzados apresuradamente, casi con furia por parte de este individuo.
Los restos de las calabazas semi-masticadas caían al piso directamente de su boca, su casaca roja tenía algunas manchas ligeramente más oscuras que el color habitual. De vez en cuando se detenía solo para mirar al público que lo observaba como si fuera una especie de animal extraño, luego, por unos instantes miraba con morbosidad sus manos embarradas de calabazas; acto seguido seguía comiendo.
¡Mierda ya detente! –gritó el dueño al sentirse asqueado de ver tantos restos de calabaza semi-masticada en el piso. Las náuseas comenzaban a acentuársele cada vez más y más. Su estómago le daba vuelcos al ver al extraño devorar sin escrúpulos todo lo que había en la mesa; hasta la última calabaza.
La gente comenzó a irse del lugar simplemente para no presenciar el grotesco espectáculo que exhibía aquel hombre de la casaca roja; que ya se había terminado todas las calabazas y estaba comenzando por los guisantes –que no eran parte del concurso- que se encontraban en la barra de comida. Con sus manos desnudas agarraba la comida y se la engullía con una rapidez y facilidad sorprendente; inexplicablemente la panza del hombre seguía tan plana como cuando entró al restaurante, como si hubiera una especie de agüero negro en su garganta que engullía toda la comida en vez de él.
-Eso es todo –pensó el dueño del restaurante. Se dirigió rápidamente al baño, corriendo a toda velocidad y llevándose las manos a la boca… vomitó; vomitó y vomitó hasta que de su estómago solo salía aire. Se levantó con dificultad del piso del baño –todo ya embarrado- y se dirigió afuera con la intención de arrojar al extraño de los ojos celestes fuera de su restaurante. A estas alturas el ya debió de haber espantado a todos los espectadores que habían ido a ver la competencia. Abrió la puerta y salió dando un brinco fuera del baño hacia la parte de la exhibición.
-¡Muy bien infe…
Sus ojos se abrieron como platos y acto seguido emitió una especie de sonido ensordecedor que solo podía igualársele al de un niño cuando se rompe la rodilla al caer de un árbol.
-¡¿Qué demo…
Encontró los cuerpos de Albert y los hermanos Salazar inmóviles en el piso, inundados en un charco de sangre, que se mezclaba casi armoniosamente con los restos de calabaza dejada por la competencia, pero algo les faltaba… ya no tenían cabezas, habían desaparecido completamente, ni siquiera se encontraban dentro del lugar. Decapitados se encontraban en el restaurante, completamente vacío y con un olor pestilente de sangre. Intoxicante.
Se acercó y encontró una nota escrita a mano con una caligrafía intachable que decía un escalofriante: Gracias por las calabazas.
Última edición:
"El cuerpo", pues no lo e leído, pero si es de Stephen King no dudo que es bueno, acabo de terminar de leer "Los lobos del Calla", la quinta parte de la saga de "La torre oscura" y estaba cool.